Borom Taxi

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

Cuando lo vemos por primera vez a Mountakha, un inmigrante senegalés que se instala en la ciudad de Buenos Aires, lo hallamos con el anhelo de querer seguir trabajando de camionero como hacía en su Dakar natal, y al mismo tiempo con la cabeza en su país de origen, en la familia que dejó atrás, en un pasado demasiado fresco como para emanciparlo de una cotidianidad compleja. Desde cómo se muestra su rostro taciturno -que se vincula estrictamente con el desarraigo- hasta sus conversaciones con ciudadanos argentinos que se interesan por su lucha diaria, la cámara del realizador Andrés Guerberoff se posa en el protagonista de su documental como quien contempla tímidamente.

Si bien hay secuencias que se hubiesen beneficiado de un montaje más ajustado, el cineasta recorre no solo Buenos Aires sino también Las Grutas, acompañando a Mountakha en los trabajos que va obteniendo con dificultad con un abordaje muy emotivo. Como exponente nos encontramos con las charlas entre ese hombre que dejó todo para venir a la Argentina con esa familia que lo necesita y lo extraña. Esos tramos recuerdan a Time, el excelente documental de la directora Garrett Bradley. A pesar de que ese trabajo ponía el foco en una historia bien diferente, se hermana con Borom Taxi en esa empática mirada sobre lo que implica la distancia, el enojo, la culpa y todo lo que conlleva el aceptar que el tiempo avanza impávido en un microcosmos desconocido.

En esos viajes de Mountakha en las noches porteñas y en esas caminatas extensas hacia una posibilidad de trabajo percibimos la naturaleza escindida de un hombre que se adapta al entorno y lo reconfigura, pero cantando sobre la ciudad de Touba con una indisimulable nostalgia.