Borg McEnroe: la película

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Rivales de sí mismos

Dos de los más grandes jugadores del tenis de la historia se encontraron en la final de Wimbledon de 1980, en un momento único para cada uno de ellos. Eran jóvenes, talentosos, atractivos y tenían temperamentos muy diferentes. A uno, Björn Borg, lo comparaban con el hielo (le decía “Iceborg”); al otro, John McEnroe, le inventaban tantos apodos como voluble era su temperamento (desde mocoso a rebelde).

Los especialistas de ese deporte consideran que aquella final fue uno de los mejores partidos de todos los tiempos, sólo comparable con el que disputaron 28 años después Roger Federer y Rafael Nadal en el mismo escenario. En todo caso, debe ser difícil encontrar un tie break (desempate) tan dramático como el del cuarto set que terminó 18 a 16 a favor de McEnroe.

Pero la película de Janus Metz (debutante en la ficción con pasado de documentalista) no se centra tanto en el partido en sí mismo (al que sólo le reserva los 20 minutos finales) como en el recorrido de cada jugador para llegar a ese punto. Son dos retratos paralelos cuyo principio rector es la idea de que el peor rival de un gran deportista no es otro deportista de igual o superior calidad sino su propia mente.

Borg y McEnroe arden por dentro. No se soportan a sí mismos. La magnitud y la voracidad de sus deseos de ganar siempre son directamente proporcionales al pánico que les produce perder. Y si bien la narración trata de mantener el equilibro entre los dos hemisferios de la historia, Borg termina recibiendo más atención.
Interpretado por Sverrir Gudnason, el tenista sueco, como bien lo expresa el apodo "Iceborg", tiene una parte sumergida, un lado b, latente y peligroso, que la película de Metz indaga con una meticulosidad casi morbosa, y así detecta sus manías, sus fobias y sus pánicos. En cambio, McEnroe, encarnado por Shia LeBoeuf, es mostrado como un genio malcriado y explosivo, tan bueno para el tenis como para las matemáticas. De todos modos, dos escenas de vestuario (antes y después del partido con su amigo Peter Fleming) bastan para exponer su tortuosa interioridad.

Contada de una forma simple y amena, con abundantes flashbacks de la infancia y adolescencia de ambos jugadores, Borg-McEnroe no sólo es una excelente reconstrucción de época, también se destaca por su intento más que logrado de viajar hasta el centro de la mente de dos deportistas de alto rendimiento.