Border: Sentí algo hermoso

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El régimen animal

Border (Gräns, 2018) es una película sumamente extraña -y por ello, interesante- que sabe cómo combinar esquemas narrativos muy diferentes con una inusitada eficacia, hablamos de detalles varios del drama identitario, el romance, el thriller policial, la epopeya de marginados y hasta el terror de impronta mitológica/ folklórica. Esta segunda obra del director y guionista de ascendencia iraní Ali Abbasi luego de Shelley (2016), aquel intrigante retrato de la maternidad como una maldición parasitaria en plena expansión, se centra en Tina (Eva Melander), una mujer que trabaja como oficial en el servicio aduanero portuario de Suecia y que debido a una anomalía cromosómica tiene un rostro deforme y es incapaz de engendrar hijos. El componente fantástico del relato pasa por su extraordinaria capacidad para percibir en terceros estados como la vergüenza, la culpa, el miedo y la rabia mediante su olfato, lo que la transforma en un verdadero éxito a nivel laboral aunque no tanto en su vida personal, ya que cohabita con el patético Roland (Jörgen Thorsson), un vividor hiper fanático de los rottweilers que a su vez la detestan y le ladran todo el tiempo.

El guión del realizador, Isabella Eklöf y el inefable John Ajvide Lindqvist, a partir de un cuento de este último que se asemeja muchísimo a su otro trabajo literario conocido por el gran público, el que inspiró la excelente Criatura de la Noche (Låt den Rätte Komma in, 2008), se divide entre -por un lado- la repentina colaboración de Tina con la policía para el desmantelamiento de una red de pornografía infantil y -por el otro- la aparición de un extraño llamado Vore (Eero Milonoff), quien definitivamente padece la misma alteración cromosómica y en una revisación en la aduana descubrimos que posee genitales femeninos a pesar de la presencia de un cuerpo masculino, lo que desde ya no impide que surja una relación romántica entre ambos. Aquí Abbasi supera por mucho lo alcanzado en ocasión de Shelley porque decide esquivar aquellos instantes contemplativos símil cine arty y los clichés almidonados del horror de antaño para apostar en cambio por una historia más lineal que balancea de maravillas los silencios y un puñado de palabras que ofrecen la dosis justa de información a medida que avanza una aventura muy orientada al film noir y la sorpresa.

El sustrato animalizado de Tina y Vore (gruñidos, temor a las tormentas eléctricas, una comunicación sobre todo intuitiva, el mismo sentido superdesarrollado del olfato, etc.) va transformándose desde la comarca de los hipotéticos hombres lobos o hasta los eslabones perdidos entre el neandertal y el homo sapiens hacia lo que promediando el metraje se define como trolls, en términos prácticos los sustitutos de los vampiros de Criatura de la Noche y una nueva excusa -ahora en el ámbito bucólico- para pensar la marginación social, la enorme malicia del ser humano y el anhelo de los protagonistas en pos de consolidar una vida pacífica que garantice la no estigmatización compulsiva de la comunidad. Tratándose nuevamente -al igual que Shelley- de una propuesta muy en sintonía con el sentir de los países escandinavos porque Abbasi tiene lazos tanto con Suecia como con Dinamarca, la película indaga en temáticas pesadas como el abuso sexual contra niños, la tortura, el capitalismo de los psicópatas más perversos, el robo de bebés y la negación con respecto a los orígenes de una manera franca que no disfraza para nada los acontecimientos de base.

Indudablemente el gran punto a favor de Border pasa por su planteo visceral de cuento de hadas para adultos que saca partido de la curiosa sexualidad de los trolls basada a la par en el régimen animal de fondo y en una especie de inversión en relación a su homóloga humana (hoy macho y hembra no son compartimentos estancos, precisamente), amén de la construcción escalonada de un misterio y una furia de venganza que se disparan en el último acto desde un nihilismo totalmente inesperado que asimismo refuerza aquello de que el hombre es el peor enemigo de sí mismo, ya que apenas con un “empujoncito” cualquier individuo cae en las barrabasadas más demenciales (a diferencia de lo que suele ocurrir en el ecosistema hollywoodense, aquí los momentos fantásticos no apuntan a una “magia” cándida o a correspondencias retóricas infantiloides sino a una potencialidad tenebrosa que tampoco cae en abstracciones huecas símil terror mainstream, debido a que permanece bien cerca de una cotidianidad de abusos que las mayorías populares deciden no ver desde el conformismo y la idiotez). Debajo del inmejorable maquillaje de Melander y Milonoff se asoman unas muy buenas interpretaciones que hasta obvian el facilismo de idealizar a los atribulados protagonistas para edificar un entramado psicológico muy sensato y complejo…