Boda sangrienta

Crítica de Keila Ayala - Sin Intervalos

Casarse, tener hijos, una hermosa casa y hasta un perro quizás es lo que el típico sueño americano promete. Y a pesar de que toda familia es un mundo, Le Domas ya pasa esos límites y logra que el sueño se convierta en pesadilla.

Generadora de una gran dinastía a través de siglos, la peculiar familia Le Domas es conocida por la creación de grandes juegos de mesa. Lo que el mundo no sabe es que para semejante dinero y reconocimiento tienen que entregar sangre fresca y fuera del ámbito familiar.

Dirigida por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler, "Boda sangrienta" está protagonizada por Samara Weaving, Adam Brody y Mark o' Brien. Con guión de Guy Busick y Ryan Murphy, el film va directo al grano sin vueltas ni complicaciones. Desde el momento cero estamos en sintonía con la trama y las distintas puestas de cámara logran que seamos parte de la atípica familia. Los elementos utilizados quizás no sean particularmente novedosos, pero este festival de sangre y gags están muy bien construido y se disfruta de principio a fin.

Con respecto a las actuaciones, nuestro premio se lo lleva Samara ya que el in crescendo de su personaje es perfecto. Primero vemos a nuestra heroína toda dulce y simpática con un vestido de novia hermoso a punto de casarse, para luego encontrarnos con un personaje totalmente opuesto, rudo, sanguinario y vengativo. De igual manera todas las interpretaciones son buenas y muy distintas entre sí.

Un poco de humor negro nunca viene mal y si le agregamos sangre junto con algo de locura, es aún mejor. En este caso toda la combinación es perfecta y está muy bien utilizada. Optimizar bien las escenas de sangre y humor es un trabajo un tanto difícil, pero en este caso los directores pudieron darle a cada momento su impronta propia.

Dentro del género nada es sagrado ni serio. Para los creadores de "Boda Sangrienta", esto les permite darnos algo nuevo.

Recuerden: si luego de una ceremonia de casamiento los invitan a un juego de mesa desde ahora en más hay que pensarlo dos veces.

Por Keila Ayala