Boda sangrienta

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Iniciemos a la novia

Boda Sangrienta (Ready or Not, 2019) es otro exponente de uno de los rubros más antiguos y extendidos del cine, el de la cacería humana, cuya génesis se remonta a la recordada The Most Dangerous Game (1932), obra de Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack y en términos prácticos la disparadora de una andanada de películas que en las décadas siguientes incluyó a títulos tan disímiles como La Prueba del León (The Naked Prey, 1965), Wolf Lake (1980), Depredador (Predator, 1987), Carrera contra la Muerte (The Running Man, 1987), Hard Target: Operación Cacería (Hard Target, 1993), Batalla Real (Batoru Rowaiaru, 2000), Wolf Creek (2005) y 31 (2016), entre muchas otras. Disfrazado de comedia de terror y con una arquitectura también empardada a los slashers aunque con una sola presa, el film es un trabajo bastante rutinario que en sus dos primeras terceras partes se ahoga en diálogos y situaciones de manual para recién en el último acto levantar la puntería y la efervescencia.

El catalizador es la unión entre Grace (Samara Weaving) y Alex (Mark O’Brien), miembro de una familia de la alta burguesía, Le Domas, que le impone a ambos formar parte de una larga tradición que el hombre conoce y la mujer no: luego de la boda en sí y a medianoche, toda la parentela -padres, hermanos, tíos, hijos- se reúne para que Grace saque una carta de una misteriosa caja de madera y participe del “juego” que el naipe diga, así la chica extrae una baraja que la invita a jugar a las escondidas pero no en su versión más clásica, sino con ella refugiándose en la mansión mientras los miembros del clan le dan cacería con armas antiguas ante los ojos de un Alex que pasa de la abulia melancólica a intentar ayudarla. La explicación para el asunto se remonta a un tatarabuelo que hizo un trato con una figura mefistofélica, el Señor Le Bail, en el que éste le dio riquezas a cambio de que cada nueva adición a la familia se entregue al divertimento sádico que dictamine la cajita en cuestión.

A decir verdad ni los directores Tyler Gillett y Matt Bettinelli-Olpin, aquellos del bodrio Heredero del Diablo (Devil’s Due, 2014), ni los guionistas Ryan Murphy y Guy Busick, a los que tampoco se les caen demasiadas ideas, consiguen ofrecer algo mínimamente nuevo en una película que durante su primera hora se vuelve bastante redundante a nivel de los intercambios entre los ricachones y sinceramente no resulta graciosa para nada, salvo algún que otro chiste -encima repetido- como el de la burguesa cocainómana y torpe que mata accidentalmente a distintos personajes. Como en muchos otros opus de horror de medio pelo, Boda Sangrienta cae en la sonsera de que debe guardar todo el gore y la seudo locura para el remate final, circunstancia que nos condena a escenas pusilánimes que pretenden describir a los miembros de la parentela, de por sí un catálogo de estereotipos con patas cuya única “función” debería ser morir lo más rápido posible a manos de la heroína, Grace.

Es más que evidente que lo mejor de la película es Samara Weaving, una hermosa actriz que ya pudimos ver en Mayhem (2017) y The Babysitter (2017), amén del pequeño rol que tuvo en Tres Anuncios por un Crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017), una australiana que logra cargarse el relato sobre sus hombros con cada una de sus apariciones en pantalla y hacer creíble al típico cliché de la ingenua destinada a abrirse paso con la furia que reclama el arte de sobrevivir, incluso rodeada de otros varios latiguillos del género en los campos femenino y masculino (tenemos personajes reventados, bobos, soberbios, dominantes, sensibles, infantiles, etc.). Sin llegar a ser mala o aburrida del todo, la propuesta desaprovecha la premisa de base para lo que podría haber sido un giro hacia la parodia social, enfatizando por ejemplo el componente parasitario de los ricos pretendiendo matar a cualquiera que ose ingresar a su clase social, y tampoco exprime demasiado el sustrato satanista/ fantástico/ esotérico de la obligación de celebrar la cacería en sí en plan de “iniciar” a la novia en el clan Le Domas, una movida que de profundizarse también podría haber insertado algo de variedad a un film que se queda en lo seguro y recién en el desenlace nos empapa de la querida sangre, esa que debería haber llegado mucho antes…