Boca de pozo

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

El agobio de un obrero petrolero

Pablo Cedrón protagoniza esta película, ambientada en el Sur, encarnando a un trabajador en un recorrido sin rumbo.

“Los lugares los hace la gente”, le dice Rojas a Lucho, cuando éste le cuenta que tendrá un hijo y que le gustaría verlo crecer en otro lado. El diálogo, uno de los más representativos de Boca de pozo, es una evidencia más de la escasa vida interna del protagonista, Lucho (gran actuación de Pablo Cedrón), cuya anodino transcurrir es el eje de la nueva película de Simón Franco (Tiempos menos modernos).

Ambientado en los yacimientos petrolíferos y la ciudad de Comodoro Rivadavia, al comienzo el filme exagera la ausencia argumental mientras exacerba la atmósfera opresiva. No pasa nada, pero se respira el agobio, la rutina y la inercia que mueven a Lucho, obrero petrolero. Vive en una cabina, que comparte con Rojas (el chileno Nicolás Saavedra) y no sabremos más hasta que un paro, una negociación paritaria, los haga dejar el puesto, la caseta en la que viven, y volver a la ciudad. Cambia el lugar, pero este personaje de diálogos huecos, adicto al juego, también ofrecerá allí y en su vida familiar un inquietante eco de insatisfacción.

Desconocemos el pasado de Lucho, pero es fácil adivinarlo. Nunca fue dueño de sus propias decisiones. Ansioso, consumidor compulsivo, engaña a Celeste, su mujer (Paula Kohan) con una prostituta, y le miente con el sueldo que dilapida en excesos sin retribución. Un dato insoslayable: Franco, el director, es hijo de un trabajador petrolero que vivió en esa misma ciudad. Y testigo del drama silencioso de muchas localidades del sur, donde abundan los trabajadores bien pagos sumergidos en estados emocionales depresivos. Sumergidos en un pozo de ansiedad.

La película lo sigue a Lucho en ese recorrido sin rumbo, el de un hombre entregado al contexto, adormecido, sepultado por las trivialidades de una sociedad. Es un retrato del trabajador petrolero, pero la película es mucho más, pues en la inevitable identificación con el protagonista, en la transferencia propia del cine, nos deja a todos una preocupación común: ¿En qué puede convertirse nuestra vida?