Boca de pozo

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Lucho trabaja como perforador de pozos de petróleo, o “boca de pozo”, en un yacimiento petrolífero de la Patagonia, trabaja de manera rutinaria, casi como por espasmo, como si fuese una máquina más del lugar.
Eso se instala perfectamente en los primeros minutos de "Boca de pozo", pero no es a lo que quiere apuntar Simon Franco en su segundo largometraje, o sí, pero desde otra perspectiva. Luego de la rutina de su trabajo, Lucho se dirige a una ciudad en donde se alojan otros trabajadores como él. Pero a diferencia de lo que podríamos pensar, su rutina continúa, se expande a una nada peligrosa, como si el personaje sólo viviese en función del trabajo que realiza.
El director vuelve a apuntar a cierta abulia del mundo “capitalista” luego de su debut con Tiempos menos modernos; y aquí, paródicamente, pareciera acercarse más al mensaje o trasfondo de aquel clásico de Charles Chaplin que el título de su obra anterior “parodiaba”.
Ojo, hablamos del mensaje, no del tono, Boca de pozo no tiene nada de comedia o de sátira. Si en Tiempos Modernos veíamos como a “Carlitos” la maquinaria lo consumía y lo transformaba en un engranaje más, sumiéndolo por otro lado en miseria.
Acá Lucho tiene un pasar, tiene una familia, pero no es feliz. con su madre mantiene largas miradas sin hablarse, de su mujer recibe reproches por despilfarrar dinero, y tiene razón, Lucho concurre a una villa para comprar y consumir droga, frecuenta bares y prostíbulos en los que se emborracha y se deja llevar, además de visitar los tragamonedas del casino.
Claramente, estos escapes son síntomas de algo. Pero ese algo Franco no lo expresa, lo deja a la interpretación del espectador, que puede o no captar las (in)directas. "Boca de pozo" no es una película fácil, amable, todo lo contrario, juega al juego de la monotonía, del desafío al espectador para ver cuánto puede aguantar sin que pase nada.
No hay un hilo conductor clásico, es un instante de vida. El director pretende demostrar cierta soledad y aislamiento en el personaje, y para eso utilizará todo tipo de recursos de cámara, fotografía y puesta en escena. Prevalecen los primeros planos, el enfoque recargado sobre un fondo desvanecido, y los escenarios despojados, ya sea en la ciudad o ante la inmensidad paisajística del yacimiento.
Hay un as bajo la manga, Lucho es interpretado por Pablo Cedrón, excelente en su composición de un hombre que expresa todo con gestos mínimos, que vive sumido en esa rutina agobiante; sin dudas es lo mejor de la película. El resto, oscila entre actores profesionales y ciudadanos del lugar, trabajadores reales,todos en plan naturalismo
"Boca de pozo" es clara en sus conceptos, pero su metodología puede favorecerla tanto como jugarle en contra; la abulia que despierta el personaje se asemeja a la de los jóvenes de aquel NCA ya cada vez más olvidado, pero Lucho no es joven.
La idea a desarrollarse es certera pero también es cierto que es inevitable cierto cansancio para el público, no hablamos de un film llevadero, con ritmo; los síntomas del personaje pueden transmitirse del otro lado de la pantalla.
Con sus aciertos y errores, "Boca de pozo" es un interesante ensayo analítico sobre los efectos de vivir en un sistema que no permite el lucimiento, la diferenciación, que lleva a las personas a ser absorbidas por una masa e integrar tan sólo un número más.