Bob's Burgers: la película

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

SÍ ES OTRA FAMILIA AMERICANA

Habrán sido tal vez Los Picapiedra y Los Supersónicos las series que pusieron el ojo (de la animación) sobre la familia y su entramado social, pero sin dudas fueron Los Simpson los que terminaron de definir el concepto, tomando la posta y sumando un humor autoconsciente tan propio de la cultura pop de las últimas dos décadas del siglo pasado. Y sobre Los Simpson (incluso sobre su cuerpo, que todavía se mueve sin dar acuso de recibo de que murió hace como veinte años) es que la animación logró traspasar los grupos etarios, sentar definitivamente la idea de que el género puede ser para adultos y multiplicarse en una gran cantidad de series que repiten la fórmula con mayor o menor tino, con mayor o menor virulencia: de Los reyes de la colina, South Park o Padre de familia a todo lo que vino después. Bob’s Burgers, creada por Loren Bouchard y Jim Dauterive, es tal vez el último ejemplo en llevar ese concepto con éxito.

Lanzada en 2011 y con doce temporadas emitidas, a los creadores de Bob’s Burgers les pareció el momento adecuado para que la familia Belcher llegue a la gran pantalla. Como en muchos de estos casos, se trata de familias de la clase trabajadora, que se definen a través de sus frustraciones e imposibilidades. Y básicamente de eso se trata Bob’s Burgers: La película, que encuentra al matrimonio y sus tres hijos afrontando dificultades económicas con el emprendimiento gastronómico que administran y donde una posible solución a futuro se trunca cuando se forma un cráter en la puerta del negocio familiar. El cráter revelará algo cercano al misterio criminal y la película avanzará en el sentido en que avanzan estas historias: una puesta en crisis de la familia como catarsis para que los personajes descubran, en definitiva, aquello que los mantenía unidos y los justificaba como grupo.

La película, dirigida por Bouchard y Bernard Derriman, tiene un gran acierto: su apelación constante al humor, su apuesta por convertir la ciudad en una gran aventura y la ausencia de subrayados dramáticos. Eso la aleja de otros productos similares que terminan apostando por la sensibilidad o por el cinismo como únicas formas de contacto con su público, pero también es cierto que le cuesta sostener su tono cómico y que va perdiendo intensidad a medida que avanza. No deja de ser, en todo caso, un capítulo estirado. Y ese es su mayor pecado porque carece de alma y termina demostrando que se trata apenas de un producto destinado a ocupar un espacio en la góndola del mercado. Lo que la salva en definitiva es su escaso espíritu revolucionario o cáustico, que vuelve sincero su tránsito apenas discreto.