Bob Esponja: Un héroe fuera del agua

Crítica de Elena Marina D'Aquila - Cinemarama

Grandes héroes

A poco más de una década después del estreno de su primera película, la esponja marina de paletas prominentes y ropa de cartón regresa a la pantalla grande y lo hace en tercera dimensión. Leonardo D’Esposito describía –en el número 259 de la revista El Amante digital– a Frozen: Una aventura congelada como “Un riquísimo helado que en medio del calor no se te deshace en el cucurucho”. Bueno, con Bob Esponja: Un héroe fuera del agua pasa algo similar: es tan placentera y reconfortante como una brisa fresca en una noche de verano porteña.

Si la primera era una gran comedia, la segunda logra convertirse, de la mano de Paul Tibbit y Mike Mitchell como capitanes de este barco, en una comedia insuperable con una construcción de la puesta en escena fuera de este universo. Cada plano rebalsa de una cantidad exorbitante de colores y detalles que no podemos dejar de observar porque absolutamente todo brilla, hasta los colores oscuros, con esa paleta de verdes, grises y negros que se incorporan con total naturalidad al arcoiris característico de la serie acuática creada por Stephen Hillenburg.

Los directores continúan expandiendo ese inagotable universo lisérgico de la serie animada, pero ahora las tramas se multiplican para desprender subtramas como células que mutan según las necesidades de la historia principal, que presenta a un Fondo de Bikini post-apocalíptico con guiños a Mad Max, desencadenado por la falta de Crangreburguesas. Pero esta es solamente una de las tantas líneas argumentales de la película. Las demás se irán desplegando como los brazos de una estrella de mar, abriendo una inmensidad de universos que incluyen una visita a una galaxia lejana vigilada por un delfín muy particular, viajes en el tiempo a través de una máquina construida dentro una cabina de fotos, aventuras fuera del agua intentando recuperar la fórmula secreta de las Cangreburguesas para restablecer el orden en Fondo de Bikini y hasta una inspección al cerebro de Bob Esponja: un paraíso de colores pasteles habitado por helados parlantes y algodón de azúcar por doquier, en el que todo parece aún más increíble que en La gran aventura Lego.

Después de todo, ¿qué es Bob Esponja sino un héroe imposible en un mundo lleno de colores y peligros, de una efectividad narrativa descomunal, como lo era Emmet en La gran aventura Lego? Y al igual que en aquella obra maestra sobre el juego dirigida por Phil Lord y Chistopher Miller, el 3D se justifica completamente: los gags explotan uno detrás de otro como perfectas burbujas en ascenso que adoptan cualquier tipo de forma y color. Desde la secuencia bélica del comienzo, con balaceras de kétchup y mostaza y explosiones de mayonesa, hasta un dinamismo que por obra del ingenio está lejos de agotarse.

El puente entre historias y universos, lo que le da homogeneidad al relato, es el personaje de Antonio Banderas. La trama central surge de un libro leído por el pirata en el que todo lo que escribe se hace realidad y finalmente ambos mundos –el de la animación y el de live-action– colisionarán hacia el final en una secuencia a pura acción muscular.

En el universo de Bob Esponja no existen límites para la imaginación. Por eso Tibbit y Mitchell sienten la libertad suficiente como para volcar parte de su locura hacia el subgénero de viajes en el tiempo. Pero lo hacen utilizando esa experiencia como un mecanismo para fortalecer vínculos y, al mismo tiempo, reírse con la historia –y no de ella, porque no es lo mismo–, que nos sumerge en otro tipo de juego, uno más consciente que a su vez está reflexionando sobre el arte de contar historias. Bob Esponja: Un héroe fuera del agua es, ante todo, una película muy consciente de su autoconsciencia, sin esforzarse. Y en ese juego de entrar y salir de las ficciones se gesta la impresión de libertad absoluta. Todo es está vivo y las imágenes se suceden muy rápido sin permitirnos nada más que observar la pantalla como Bob y Patricio, empachados y sobreexcitados luego de una sobredosis de algodón de azúcar. Lo más grandioso es que el mensaje sobre la valentía, el trabajo en equipo y la solidaridad está contrabandeado dentro de cada uno de los planos de la película, todos de una belleza enorme que fusiona la mejor animación con escenas de acción en vivo y la incorporación del CGI de manera muy natural al resto del engranaje. Si esto es posible, es gracias a que Tibbit y Mitchell depositan toda su confianza en el cine como portal, ya sea para explorar otros universos, o permanecer en nuestro planeta. Porque tanto Bob Esponja: Un héroe fuera del agua como otra extraordinaria comedia dirigida por Evan Goldberg y Seth Rogen, Este es el fin, hacen hincapié en la importancia de la amistad y de compartir ese apocalipsis juntos. Por eso cuando todo termina, para bien o para mal, es hora de cantar, de bailar y festejar.

Los artistas detrás de la segunda aventura de la esponja más adorable del mundo saben muy bien que la comedia es anarquía y la propulsan a niveles inimaginables de felicidad con texturas suaves, frescas y pegajosas como un helado Torpedo multicolor.