Blue Valentine

Crítica de Carolina Giudici - Morir en Venecia

Blue Valentine es una película táctil. Tenemos que tocarla antes de verla. Como si fuera una ventana cubierta de rocío, debemos desempañarla para poder mirar. Por eso las manos se humedecen ya en los primeros minutos y habrá que hacer mucha fuerza para no dejarlas llorar. Porque ese jardín que ahora aparece en la ventana no nos resulta del todo desconocido. Blue Valentine es piel y escarcha. Pura tristeza háptica.

Hubo un tiempo que fue hermoso. Cindy y Dean se conocieron en un geriátrico. Ella, estudiante de medicina, acariciaba a su abuela el día en que Dean la vio por primera vez. Él, que se dedicaba a las mudanzas, se había quedado acomodando las pertenencias de un anciano que acababa de instalarse en el lugar. Aunque no era su obligación, esa tarde Dean cariñosamente acondicionó la habitación del viejito para que éste no la sintiera tan ajena. Manos de hombre noble, manos que más tarde acunarían a Cindy como si ella fuera un bebé, durante ese viaje en colectivo en el que decidieron formar una familia. En aquel entonces el entusiasmo aún podía ganarle al miedo. Pero hoy esas manos están cavando un pozo para enterrar un perro muerto.

Hoy todo es azul metálico. Los rayos blancos que vienen del pasado rebotan en la coraza helada y traducen el recuerdo en ceniza. Los rostros son inmensos y están cansados y están muy cerca nuestro, tanto que podemos rozarlos y raspar la sal. “Tenemos que salir de acá”, dice Dean, y sin dudarlo reserva una habitación de un hotel alojamiento. En el camino se cruzan con un fantasma cínico que los devuelve al origen, al arrojo inicial, cuando él amó demasiado y ella se dejó rescatar. Dean tiembla. Cindy posa su mano en la de su marido: allí, una mancha azul.

Últimas brazadas hasta llegar a la "Habitación del Futuro", un cuarto con lucecitas de ciencia-ficción y una cama que gira y marea. Él pensaba que allí podrían respirar, reír como antes, quererse bien... pero las manos apenas logran sostener la resbalosa botella de vodka. Esas manos hoy sólo saben lastimar.

Entonces Dean se aleja por la calle, solo, fundido con el cepia de las fotografías de ayer. Mientras tanto, en el cielo azul dolor estallan fuegos artificiales de colores candentes y sonidos agudos, como si fuera el aullido desesperado de las mariposas en el estómago que siguieron luchando y aleteando hasta recién. Hasta el último segundo. Hasta que se ahogaron.