Blue Jasmine

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cuando todo se va al infierno

Allen vuelve a su mejor forma en esta gran comedia dramática con Cate Blanchett.

El lo niega, pero se le nota el homenaje. Blue Jasmine es la admiración que Woody Allen tiene por Un tranvía llamado Deseo -más por la obra en sí que la película con Brando y Vivien Leigh-. Si en la pieza de Tennessee Williams la construcción del personaje de Blanche DuBois es soberbia, cargada de matices en cada recoveco desde que empieza hasta su final, esperen a ver la composición del personaje y la actuación de Cate Blanchett. Es magnífica, y nos quedamos cortos.

Allen, cuando no piensa en comedias y se aboca a dramas, consigue mejores resultados escribiendo el rol central para una mujer. No son lo mismo los personajes que creó para Mia Farrow que para Diane Keaton, porque Allen en los años ‘70 y ’80 sabía elaborarlos de acuerdo a sus actrices fetiches. Blanchett no lo es, pero el director de Interiores y La otra mujer bien podría tomarla en cuenta.

Los personajes femeninos son los que Allen sabe mejor encontrarle el nervio, la columna vertebral, exprimirle la savia. A Jasmine la presenta ya separada, en un vuelo desde Nueva York hacia San Francisco, adonde buscará refugio tras la infidelidad de su esposo especulador -en todo sentido- Hal (Alec Baldwin, quién mejor) en los brazos de Ginger (Sally Hawkins), su hermana adoptiva -ambas fueron adoptadas, como varios de los hijos del director-. Allen irá hacia atrás (a Nueva York) y volverá al presente (San Francisco), y cada vez que lo haga descubriremos a una Jasmine cambiante. Hay diferencia en saber primero que se separó y luego ver cómo confiaba en Hal ante la primera advertencia. Ni tampoco es lo mismo que Jasmine forme parte de la clase alta neoyorquina y hayan caído en bancarrota su fortuna y su matrimonio.

En tal sentido, Blue Jasmine no parece, desde la historia, una típica película de Woody, aunque el entramado sea de lo más allenesco posible. Los caracteres secundarios remedan un poco a aquellos de Dos extraños amantes, a la época en la que aparecían porque tenían que algo que decir. El amor, el romanticismo, el sexo, los celos o una combustión entre ellos los impulsa.

Salvo a Jasmine, que es un caso aparte.

Es que tanto Jasmine como Ginger buscan una segunda oportunidad amorosa. Y San Francisco para Allen puede tener seres tan estrambóticos como la Nueva York que ama. El Stanley de Un tranvía… aparece esbozado en más de un personaje allí, y Jasmine se aleja de la realidad de su vida como, salvando las distancias, lo hacía Blanche.

Es una comedia dramática -noten el sabor que les dejará la reflexión final de la protagonista-. En el plano de la comedia, sí, hay enredos, la mayoría amorosos. Y esa fina ironía que Blanchett sabe marcar como nadie, ya sea con la mirada, o escapándole con el cuerpo a las situaciones.

Blue Jasmine despierta bronca. ¿Cómo puede ser que Allen no siempre escriba guiones como éstos, y se despache con comedietas de lo más superfluas? ¿Por qué no espera la inspiración en vez de obligarse a hacer una película por año?

La banda sonora como siempre no tiene desperdicios, aquí con blues, y con ese Blue Moon que tanto fascina a Jasmine. No hay que dejar arrullarse sólo por los compases de la música, parece decirnos Allen, porque así te pueden llevar puestos.