Blue Jasmine

Crítica de Martina Putruele - ARG Noticias

Woody Allen volvió a sus raíces

Luego de su tour por el Viejo Continente (Medianoche en París, A Roma con Amor, Vicky Cristina Barcelona), Woody Allen regresa a sus raíces. La tragicómica Blue Jasmine se sitúa en Nueva York y San Francisco, ciudades que se convierten en algo más que un mero escenario cinematográfico. Si bien la fotografía no ocupa el lugar preponderante que sí tuvo en sus últimos films en Europa, el director volvió a encargarse de que la locación no sea sólo una parte secundaria de la historia, sino que ésta tome vida propia en el guión: "Me hace acordar a la Costa Azul", comenta la protagonista mientras bebe un Martini en un restaurante costero de la ciudad del Golden Gate.

"Elegís perdedores porque eso es lo que crees merecer y esa es la razón por la que nunca vas a tener una vida mejor", le comenta de manera hiriente Jasmine French -el personaje de Cate Blanchett- a su hermana Ginger, interpretada por Sally Hawkins. Impecablemente vestida, con un elegante equipaje Louis Vuitton y billetera Fendi, Jasmine llega en bancarrota a la ciudad de San Francisco a buscar refugio en la casa de Ginger luego de que su vida en la High Society de New York se derrumba.

Mediante el uso de flashbacks, Allen amalgama la historia de dos Jasmines: la del pasado, que vive en Park Avenue con todo los lujos superficiales de la Crème y cuyas mayores preocupaciones giran en torno a la imagen pública y el ´qué dirán´; y la del presente, estaqueada en un barrio de clase media de San Francisco donde –con vergüenza e insatisfacción- acepta un trabajo de recepcionista en un consultorio odontológico para financiar sus estudios. Allí, sufre una especie de acoso espontáneo de su superior, abordado desde lo cómico.

La problemática del film es la negación en todos los sentidos de la vida. Jasmine elige –y prefiere- no ver lo que transcurre alrededor de su esposo Hal, tanto en lo laboral como amoroso. El famoso "Ojos que no ven, corazón que no siente". Pero todo tiene un límite. Y a Woody Allen no se le escapa. Es así que utiliza la sátira para mostrar que a pesar de todas las extravagancias de las que Jasmine disfrutó mientras estuvo inmersa en su exótico y ficticio mundo de superficialidad, en realidad no poseía nada real, como ser un amor sensato y natural o la simple autenticidad hacia el otro.

Ésta es la primera colaboración de la ganadora del Oscar Cate Blanchett con el director de Manhattan y es sin lugar a dudas la mejor actuación de toda su carrera. Deslumbra con una impactante y memorable interpretación de una mujer al borde de un ataque de nervios que desayuna, almuerza y cena cocktails de Xanax y Martinis al ritmo de la melancólica "Blue Moon", la balada de los años '30 con la que Jasmine conoció a su esposo, mientras cae envuelta en su propio e insoportable monólogo de preguntas, acotaciones y respuestas.

Con Jasmine French, Cate Blanchett se une a la larga lista de personajes femeninos multifacéticos -y muchas veces neuróticos-, creados por Allen a lo largo de su extensa carrera. Las interpretaciones de Diane Keaton lideran el ranking de mujeres inteligentes y difíciles, ya sea en comedias románticas como Annie Hall o en películas más alocadas como Sleeper. Mia Farrow la sigue de cerca, y logra una heroína magnífica con aires de pura inocencia en La Rosa Púrpura del Cairo.

Mariel Hemingway, con tan solo 17 años, encarna a la mujer (¿o niña?) perfecta y al objeto de deseo de Woody Allen en Manhattan. Y no hay que olvidarse de Dianne Wiest -muchas veces subestimada-, ganadora de aplausos y ovaciones en Balas sobre Broadway con su personaje Helen Sinclair, papel que le mereció un Oscar.

A Cate Blanchett le espera una lluvia de nominaciones. La traumatizada y malcriada anti-heroína Jasmine French se suma al gran repertorio de mujeres complejas creadas por el director, y se convierte en un ícono del estereotipo de cuarentona al borde del colapso.