Blue Jasmine

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Sitcom

Blue Jasmine es una relectura californiana, forzada y deslucida de Un tranvía llamado deseo en la era de la crisis financiera. La película examina el desclasamiento de su heroína epónima cuando abandona la opulenta mundanería de Nueva York, donde vivía con un marido estafador, para mudarse a San Francisco al modesto departamento de una hermana a la que siempre había despreciado. Mientras Jasmine descubre con repugnancia las asperezas de una existencia laboriosa, los flujos de recuerdos ponen al día las problemáticas circunstancias de su derrumbe. El relato se despliega en un vaivén entre el pasado y el presente. El mejor Allen aparece cuando detalla progresivamente, con precisión, sequedad y negrura, el pasado de la protagonista, revelando las razones de su caída y cuestionando su parte de responsabilidad. Pero el presente es un drama de costumbres banal, con estereotipos caricaturescos y oposiciones simplistas, bañado por el desprecio general del director hacia todas sus criaturas, el abuso de primeros planos de la mujer en desgracia y las maniobras de guion para sostener su martirio. Los personajes secundarios son apenas funcionales y parecen salidos de una tira televisiva burda con sus vestimentas y acentos exagerados. El humor grueso, basado en el contraste entre la burguesa altiva y los vulgares proletarios, toca fondo con la presentación de los patéticos candidatos para la hermana o la disputa de los primates por una porción de pizza; momentos que impulsarán a los fanáticos de Allen a bajar la mirada, como si desviaran los ojos de un accidente.