Blancanieves y el cazador

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Tan blanca y remozada como aburrida

Erase una vez, una Blancanieves remozada. Con fantasías de asidero más o menos histórico, reminiscencias a personajes puntuales ?Juana de Arco?, un cazador/leñador superhéroe, y enanos mineros desempleados.

Blancanieves y el cazador encuentra una de sus matrices de argumento en el diálogo femenino entre la madrastra malvada, reina despótica ?cortesía de Charlize Theron, bellísima, caricaturesca?, y una Blancanieves de cara lánguida y piernas siempre cubiertas. A propósito y a la hora de la verdad, ¿qué espejo descerebrado podría preferir a Kristen Stewart antes que a la Theron?

Es que en el principio todo era armonía. Hasta que llegó el día negro, de un ejército maldito, que engañara al amor del rey tan querido. Traición de serpiente femenina, que habrá de encerrar bajo murallas húmedas la tierna "belleza" de Blancanieves. (Ah... Recordar mismas situaciones pero en películas Hammer; concretamente: el destino perverso que sufre el escote desbordado de la progenitora de La maldición del hombre lobo, 1961. En fin, de vuelta a Blancanieves...).

A la espera de un clavo torcido que la ayude en la huida, Blancanieves reza el Padre Nuestro. Sí, el Padre Nuestro. Luego, el devenir de una persecución que habrá de arrastrar con un manto de desgracias a quienes sin querer Blancanieves conozca. Pero, se sabe, nada de recompensas sin nada de tristezas. El cazador (Chris Hemsworth), ha cambiado el martillo de Thor por un hacha igualmente diestra. Se sabe, y no es esto revelación alguna, que no habrá de cumplir con su cometido, encandilado como se encuentra ante ella, tan parecida a su esposa perdida. ¡El ciclo de lo siempre mismo! Pero sin filosofía demasiada, sino mucho de teología barata.

Si Blancanieves reza el Padre Nuestro, no sorprenderá verla en un paraíso extraterreno ?mundo Disney, de verdes fosforescentes y conejitos?, donde caminará sobre el agua al encuentro del "gran Ciervo" o algo así, salido como parece de un relato de Narnia (por si las referencias cristianas no eran suficientes). El séquito de apóstoles enanos acompaña la promesa de la luz venidera, con la posterior muerte y resurrección anunciada. Sí, la Hija del Padre. Y con gesta final à la Juana de Arco.

Y va de nuevo: entre el rostro pálido en armadura de Blancanieves y el sudor sexual que desprende la reina, ¿quién osaría elegir a la niña de carita de porcelana? Nada mejor que morder la manzana. Y dejarse de embromar con tanto rey o reina de besos para siempre. El artilugio final de cambiar al besador está claro desde el vamos, y en nada altera lo siempre contado. Está bien, es ésta característica de todo mito, de todo cuento de hadas. Pero también, dada la cristiandad del asunto, es mirada de claridad actual, devota de una mística ordenadora.