Blanca como la nieve

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cuando se pregunta cómo se puede adaptar un texto clásico a tiempos modernos, lo que ofrece Blanca como la nieve es una respuesta, válida, que puede irritar a unos y abatir, deprimir inexorablemente a otros tantos.

Quizás Anne Fontaine (Coco antes de Chanel) lo vio como una boutade. De ser así, si buscó algo ingenioso, terminó generando, forzando similitudes con resultados confusos.

Porque no es que haya tomado meramente el punto de partida de la hijastra (Lou de Laâge) que escapa de una muerte en el bosque urdida por su madrastra (Isabelle Huppert). Porque el espectador menos avisado no comprenderá, al principio, qué hace Claire doblando las toallas en el spa ahora regenteado por Maud, su madrastra, si era propiedad de su padre.

En fin, lo que sucede es que si bien al comienzo nada parece seguir los lineamientos del relato de los hermanos Grimm, luego, poco a poco, escena tras escena, los acontecimientos comienzan a emparentarse, manzana roja incluida.

Y qué decir de los siete enanitos.

Lo cierto es que Claire, que no era tan pura como Blancanieves, descubre más pronto que lo esperado que puede despertar en ella un deseo que no había sentido. Y que aviva, o habría que decir excita, directamente, a todos los hombres con los que se cruza.

Claire, cuarenta años atrás, bien pudo haber sido interpretada por Huppert, a quien Fontaine le reservó el papel de la madrastra. Y no, Huppert, que suele ser fría en los papeles que le tocan y elige como malvada y perversa, no muerde el anzuelo. Aquí se mantiene casi al margen de esos tics provocativos -exceptuando la escena del baile-. Lo cual sí es un punto a favor, y habrá que anotárselo a la realizadora.

Lo que pasa es que no son muchos los que pueda apropiarse la directora de Las inocentes (2016), donde ya estaba Lou de Laâge porque no todo, pero sí mucho, parece tirado de los pelos.