Blade Runner 2049

Crítica de Roberto Iván Portillo - Cinéfilo Serial

Harrison Ford y una nueva camada están de vuelta para la continuidad del clásico de Ridley Scott.

La verdad será revelada. Luego de que “Blade Runner” (1982) sea reivindicada por su público como una película de culto, no se iban a tardar mucho en sacar la ansiada secuela que al espectador estadounidense tanto disgusta.

Es el año 2049, el agente K (Ryan Gosling), un policía encargado de exterminar a los replicantes (seres fabricados parecidos a los humanos) que no fueron apagados o que se escaparon para no morir; tendrá una misión al que lo dejará con un acertijo que podría cambiar el mundo para siempre. Esta nueva raza quiere obtener sus propios derechos, porque la batalla ya no se producen entre naciones sino entre A.I. y humanos; al igual que su antecesora. El protagonista tendrá el destino de la humanidad en sus manos.

El director de “Incendies” nos vuelve a cuestionar sobre qué es la ciencia ficción porque su cine no es primicia o planteo absoluto, es pregunta constante. Su interrogatorio metrado es sinónimo de su falta de fe en la misma obra. Cuando realizó “Arrival” fue un abanico uniforme de dudas sobre el lenguaje y el entendimiento, pero que no atinaba a nada concreto. En esta ocasión, se mete en el problema de los recuerdos. Y como los ochentas están más vivos que nunca, se buscan fórmulas para emparejarlas a nuestros tiempos. El productor J.J. Abrams usó la nostalgia más una figura femenina fuerte y la suma de homenajes constantes para recrear la secuela de “Star Wars”. No es el planteo definitivo, pero es la más efectiva para la taquilla.

Sin embargo, en “Blade Runner” se utiliza otro tipo de segmentación, una que empuja constantemente en busca de su propia esencia, una que trata de replicar a la original buscando su propio milagro de autonomía.

El realizador canadiense es reconocido por oscilar en sus finales el vago efecto sorpresivo (que ya se está desgastando y adormeciendo). Al igual que la aparición triunfal de Rick Deckard (Harrison Ford) en el film, que más que aclarar lo teñido aparece para empañar todo. Todas huellas inacabadas para que el espectador sea sucumbido constantemente.

El desarrollo de la relación amorosa recreado entre la esposa virtual Joi (Ana de Armas) y el policía protagonista (a quien llama Joe) es símil a la que vimos anteriormente en la obra de Spike Jonze en “Her” (2013), entre una persona solitaria y su sistema operativo, incluso hasta la escena donde se consume el amor es sacado del mismo largometraje. Es un de los puntos más interesantes que recrea el reparto actoral en el film, a diferencia de la actuación de Jared Leto como un magnate new age que solo sirve para alargar los conflictos.

En el apartado estético, la producción supo pararse en la misma atmósfera que su par a seguir. El mundo distópico creado por Philip K. Dick sigue su rumbo escénico, sin la falta de un tratado visual opulento. Pero no se siembra solamente en el factor nostalgia, en esta oportunidad hay un valor agregado que supo plasmar, generando su propio clima voluptuoso y grandilocuente, tanto para bien como para mal.

Lamentablemente dos horas y cuarenta minutos no es el tiempo idóneo para una obra que retrata con mucho cuidado el apreciado visual y muy poco al enganche de la trama. En vez de darnos nuevas pistas a lo largo del camino, nos fuerzan a dudar de las que ya tenemos para tapar la dolorosa duración. La aventura de “Blade Runner” continúa, pero la magia se va apagando.