Blade Runner 2049

Crítica de María Paula Rios - Fandango

En busca de la identidad perdida

California 2049, el planeta Tierra sigue devastado por la radiación e inmerso en este panorama se encuentra el agente K (Ryan Gosling), que de forma autómata, y al igual que el mítico Rick Deckard (Harrison Ford), se dedica a atrapar replicantes ilegales: él es un Blade Runner, y esa es su única certeza.

Pero en una de estas “cazas” algo sucederá. El hallazgo de una estructura ósea, que data de 30 años atrás, pondrá en alerta a K, dado que a partir de la autopsia comenzará a encontrar claves, y pistas, que lo harán interrogarse sobre su propia existencia. La identidad y todo lo que conlleva este concepto tanto a nivel psicológico y social, será el tema central de Blade Runner 2049.

Si bien en la versión de Ridley Scott, donde veíamos una Los Ángeles con espíritu distópico y cyberpunk, todo lo referente a la identidad se tenía en cuenta, no era tan superlativo como en el relato de Villeneuve. Scott se ocupaba tanto del suspense noir, como de la historia de amor, como de aquellos replicantes rebeldes que buscaban ejercer el libre albedrío contra las órdenes de sus creadores.

Por su parte el canadiense nos acerca una historia más gris, aún más noir, más apesadumbrada que la construida en el imaginario de Scott; una especie de drama existencial enmarcado en un lenguaje elíptico y metafórico, característico del cine negro. Así como un ritmo moroso que va edificando gradualmente el sentido del relato y sus vueltas de tuerca.

La psiquis del agente K es auscultada a conciencia desde los ojos del realizador. Por más que este personaje este diseñado genéticamente para que las emociones no lo atraviesen y para obedecer ciegamente, su sentido de pertenencia colapsa ante el poder de la imaginación, ante la necesidad de querer encontrar un atisbo de verdad.

Con una puesta en escena que roza la perfección, Villeneuve logra resumir en cada plano una belleza de una potencia inusitada, que acompaña el devenir de un melancólico K. Este grado de corrección, así como esa introspección quirúrgica existencial, son cuestiones que le pueden jugar en contra a la película, ya que ponen cierta distancia con el espectador. Los vínculos que se forjan carecen de pasión, de calor, de amor. Carecen de alma, como los mismos replicantes.

Sin embargo pesa más la osadía de dar continuación a un clásico, respetando su historia y sin distorsionar su esencia. Los motivos siguen intactos y como los personajes de su propia película, Villeneuve tiene la capacidad de adaptarse a los cambios.