Blade Runner 2049

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

¿Quién es el diseñador de recuerdos?

La película del canadiense dialoga con la original y establece una aproximación personal, desde una crisis de otro siglo.

Al fin, la espera terminó, y ahí están, en pantalla grande, los ecos de la película enigma que es Blade Runner, esa gema de caras múltiples (cinco cortes de montaje) que fuera un fracaso y se volviera de culto, capaz de provocar un quiebre (¿anímico?, ¿metafísico?) en el alma de su director, Ridley Scott, y en la historia misma del cine. A partir de ella, la ciencia ficción no sería la misma, sino noir y hundida en una pregunta que rebota todavía desde el libro de origen: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, obra del clarividente Philip K. Dick.

Los tiempos se han vuelto digitales, y el fantasma de esa secuela de la que mucho se hablaba y no se concretaba dio y dio vueltas para ahora cobrar forma y profundizar el enunciado de esos replicantes rebeldes, con ganas de vivir más para sentir gotas de lluvia y de lágrimas. Ya no sólo duplicar al ser humano, en tanto doppelgänger, sino volverle ahora inasible, de función táctil simulada, a partir de ese oxímoron que es la realidad virtual o el espectáculo mismo en el que se ha convertido lo que todavía se dice "película".

De todos modos, aún perviven esos retazos de antaño, que significan el rostro mismo de Harrison Ford y su Rick Deckard, en quien el tiempo realmente ha ocurrido. El actor/el personaje manifiestan el testimonio mismo de aquella película inicial, situados ahora treinta años en el futuro (o en este presente), en armonía con el rostro dual que encarna el cada vez mejor Ryan Gosling, cuya máscara gestual, de simetría imperfecta y estrabismo leve, se revela como armazón adecuado, de combustión interna.

K (Gosling) es el Blade Runner que "pasa a retiro" a quienes, sin embargo, tanto se le parecen. Es él el nudo de un film que puede ser visto como secuela pero también -y todavía mejor- como relectura. Desde la mirada y puesta en escena de otro realizador de calibre, como lo significa Denis Villeneuve, Blade Runner 2049 bucea en el mundo caído de su predecesora pero en consonancia con un hacer personal; de este modo, el film se sitúa a la par de Sicario, Enemy, Prisoners, Arrival. En todas ellas, también en Blade Runner, Villeneuve parte al mundo como cáscara de nuez e indaga en los fantasmas que le cohabitan.

De hecho, puede señalarse a Villeneuve como uno de los realizadores más afines a una poética noir, de dualidad asumida. Sus personajes viven un desasosiego que hacen estallar de manera visual. Habrá que pensar en este sentido la escenografía de esta nueva Blade Runner, en donde si bien no faltan los guiños iconográficos lo que se ve es diferente, sumido ahora en un vacío que contrasta con el gentío amuchado y ruidoso del film original. Al respecto, la música símil Vangelis -obra de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch- es y no es lo que evoca.

Vale decir, la película de Villeneuve atraviesa una crisis que ya es de otro siglo (ese mismo siglo que supo vaticinar la original), en donde un apagón digital -no puede no pensarse en El día que paralizaron la Tierra- ha varado a la humanidad en una amnesia reciente. El "papel", se escucha decir como alerta desoída, sobrevive mejor. En ese límite que predice una preocupación actual -los libros, de hecho, son reliquias que un Deckard otoñal acuna- se inscribe esta Blade Runner. Y a partir de un androide sentimental (o viceversa), quien cree que recuerda mientras evoca las lágrimas de lluvia que Rutger Hauer llorara en la piel sintética de su Roy Batty.

¿Quién es, por eso, el "constructor de recuerdos"? ¿De dónde provienen y cómo aparecen esas imágenes de otros tiempos? Lo sensorial tendrá que asistir como sostén a los personajes, allí habrá que depositar la confianza si lo que se presenta parece engañoso. ¿Cuál es tu nombre?, pregunta Deckard a K. K se adentra en la duda, y responde con un nombre que abre, a su vez, una espiral en donde lo digital, la réplica y lo humano, dialogan y confluyen. Lo que finalmente resuena es una preocupación esencial, que vuelve a pronunciar una misma pregunta: ¿sueñan los androides? Villeneuve, afortunadamente, ahonda en esa angustia.