Black Widow

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Ya todos saben que Black Widow es una precuela, y que es muy probable que Yelena (la ascendente Florence Pugh), la hermana de Natasha (Scarlett Johansson) sea quien tome la posta, así como ya lo tiene el Capitán América y seguramente los habrá de Iron Man y Doctor Strange.

El comienzo -y la primera mitad de la película- es prometedor. Estamos en Ohio, en 1985, con Natasha de pelo coloreado jugueteando con su hermana menor, y aparece la figura materna, Melina (Rachel Weisz). Hasta que llega la noche y con ella, la del padre (David Harbour, el sheriff de Stranger Things) y la imperiosa necesidad de huir.

Toda esa secuencia hace que uno se frote las manos, y no por el frío.

Natasha Romanoff tiene, por fin, su película en solitario. Foto Marvel/Disney

¿Se acuerdan de que Natasha Romanoff era una espía rusa, no?

Todo tiene su explicación en Black Widow, pero lo más importante es que se apeló a la emoción y, a que el núcleo familiar es indispensable y se necesita sostener para enfrentar y/o vencer cualquier obstáculo.

Las acciones transcurren, luego, por 2016, esto es, años antes de Avengers: Endgame que, para los que la vieron, saben lo que significa.

Natasha tiene entre ceja y ceja bien depilada, y siempre maravillosamente maquillada, al malvado Dreykove (Ray Winstone). Fue el impulsor del programa de las Viudas negras del que ella fue víctima. Hay que desmantelar La habitación roja, todo aquello que las convirtió en asesinas, en sumisas ante la opresión.

Quien quiera ver una crítica al patriarcado y un empoderamiento femenino, está en todo su derecho. Y quien quiera seguir viendo Black Widow como un filme de acción, y un thriller de espías, que salta de país en país como cualquier película de Bond, de Bourne o de Ethan Hunt (Cruise en Misión: Imposible) sin importarle los géneros, también.

Pero no por nada Melina le dice a una Yelena aún niña que ella es “una chica valiente; el dolor te hace fuerte”.

Volviendo a lo de entre ceja y ceja, y ya lo hemos dicho, el aroma de la venganza es el que mejor le sienta a los superhéroes del siglo XXI. De eso se alimenta la película, y de confiar en los seres queridos, aquellos que lo acompañaron o criaron. ¿O acaso los Avengers no funcionan como una familia?

Como toda película de acción de los ’90 al presente, las llamadas set pieces -escenas de acción que se concatenan con una excusa argumental- tienen acción, ritmo, pero tampoco es que la directora australiana Cate Shortland marque como con una fibra su firma, su estampa.

Con todo, lo mejor de Black Widow, y lo que la destaca del resto de los filmes del Universo Cinematográfico de Marvel, sucede en la interacción entre Natasha y Yelena, entre Johansson y Pugh, y si están Harbour y Weisz en el encuadre, mejor.

No es Black Widow una catarata de acción como las de Avengers. El tempo aquí es otro, puede gustar o no.

Hay claramente una profundización del personaje de Natasha, no como superheroína, sino como ser humano común y corriente. Natasha tiene emociones (y no es que no las haya mostrado en las películas corales en las que estuvo, pero eran en cuentagotas). El apego a la familia, y las decisiones que luego tomará en la mencionada Endgame tiene su punto de inflexión en Black Widow.

Lo cual no quiere decir que sea necesario haber visto sus participaciones en las cuatro películas de Avengers o en las dos del Capitán América, o en Iron Man 2 donde apareció. No. Black Widow es su aventura personal, y se entiende por sí sola, aunque siempre ofrezca guiños a los fans, como ése del final de los créditos.