Black Widow

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

A Natasha Romanoff, a.k.a. Black Widow, la vimos hace más de una década en Iron Man 2 y luego en la trilogía de los Avengers y en un par de entregas del Capitán América. Ahora -a tono con el empoderamiento femenino en el universo superheroico en general y en el de Marvel en particular- tiene su película propia, que Scarlett Johansson aprovecha en todo su esplendor.

No es que el guion de Eric Pearson (el mismo de Thor: Ragnarok y la reciente Godzilla vs. Kong) sea revolucionario (de hecho cumple con los inevitables requisitos de explicar el pasado de los personajes y ubicarlos en el contexto del Universo Cinematográfico de Marvel), pero la directora australiana Cate Shortland -Somersault (2004), Lore (2012), Nunca te vayas (2017)- y las protagonistas (Johansson, la ascendente Florence Pugh y, en menor medida, Rachel Weisz) le insuflan nuevos aires y mayor diversidad a un género con demasiada testosterona. Búsquedas de renovación y cambio que seguramente se consolidarán dentro de poco con Eternos, rodada por la ganadora del Oscar Chloé Zhao.

El prólogo -ambientado en la Ohio de 1995- es un excelente exponente del thriller de espías (rusos): Natasha (interpretada por Ever Anderson) tiene 13 años y vive con su hermana menor Yelena (Violet McGraw) y su madre Melina (una Rachel Weisz rejuvenecida vía efectos digitales). Cuando el padre Alexei (David Harbour) llega al hogar es tiempo de huir a las apuradas. La escena -narrada con suma tensión y precisión- los encuentra eludiendo la persecución policial y volando a Cuba. Salto temporal de 21 años y, ya en 2016, nos reencontramos con Natasha y Yelena enfrentadas primero (una escena que remite a la serie Killing Eve) y luego unidas para combatir a fuerzas del mal lideradas por el general Dreykov (Ray Winstone). En la relación entre las dos hermanas encarnadas por Johansson y Pugh es donde afloran la compasión y la vulnerabilidad, facetas y matices no demasiado profundizados en el universo Marvel.

Hay muy buenas set-pieces y escenas de lucha cuerpo a cuerpo (el influjo del cine asiático de acción es indudable), una subtrama “familiar” que apuesta a lo disfuncional para trabajar elementos cómicos (esencial en ese sentido el papel de bufón de Harbour) y una narración que recorre el mundo (se rodó en locaciones de Noruega, Hungría, Marruecos, además de Reino Unido y los Estados Unidos) alternando secuencias inspiradas y otras que, en cambio, reciclan fórmulas bastante transitadas.

No hay escena en medio de los créditos finales, pero sí una cuando el largo rodante termina. Solo diremos que reaparece allí el personaje de Florence Pugh. Marvel sabe que en ella, luego de Lady Macbeth, Midsommar: El terror no espera la noche y Mujercitas, hay una estrella en potencia.