Bill 79

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

En 1979 Bill Evans vino por segunda vez a la Argentina (ya había tocado en el Gran Rex en 1973) para una gira que incluyó un par de shows en el Teatro Ópera, otro en el Teatro El Círculo de Rosario, alguna fallida participación televisiva y un concierto final en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, donde se grabó el excelente disco en vivo Inner Spirit (ver abajo). En medio de esas actuaciones, el genial y ya bastante degradado pianista se presentó en San Nicolás en una sala semivacía y en medio de un concurso de belleza local para elegir a Miss Invierno. Es precisamente ese evento el que inspiró Bill 79, nueva incursión en el terreno de la música (en este caso desde la ficción) de Mariano Galperín, uno de los directores más importantes de videoclips (Soda Stéreo, Andrés Calamaro y Charly García, entre otros) y realizador de una película con Daniel Melingo como foco titulada Su realidad.

Estamos en septiembre de 1979, plena dictadura (al Torino que traslada a Evans, a su manager Susan, a su baterista y a su contrabajista rumbo a San Nicolás lo paran en un control militar), y el músico finalmente llega a esa ciudad, se aloja en un hotel no precisamente lujoso (le aseguran que es el mejor que hay) y lo llevan al teatro municipal, donde encontrará un piano decididamente desafinado y una realidad de apenas ocho entradas vendidas. El artista sobrelleva como puede sus adicciones (bebe mucho whisky pero la dependencia es sobre todo a la heroína) y lo cierto es que fallecería muy poco después, en 1980, con tan solo 51 años, a causa de una cirrosis hepática.

Bill 79 no es una biopic ni una película musical (aunque tiene grandes momentos al respecto, como cuando Evans escucha y disfruta a bordo del Torino de Moris cantando De nada sirve) sino una historia con tintes tragicómicos sobre una leyenda del jazz en medio de cierto patetismo provinciano, pueblerino. El guion de Galperín se toma varias libertades (Evans tocó en San Nicolás el 24 de septiembre, pero lo vemos enganchado viendo por televisión la pelea entre Víctor Emilio Galíndez y Mike Rossman, que en verdad fue el 15 de ese mes), trasladó el rodaje a Capilla del Señor y apeló al doblaje de varios de los actores y actrices, lo que genera por momentos cierto distanciamiento y artificialidad, más allá de las sobrias y eficaces interpretaciones de Diego Gentile como Evans y de Marina Bellati como su manager.

En medio de la crisis interna y las dificultades externas que carcomen al protagonista, la narración apuesta en varios pasajes por unos recuerdos con estructura de flashbacks en los que aaparecen su ex esposa Kiki (Julia Martinez Rubio) y su hermano George (Walter Jacob), quienes en ambos casos se suicidaron. El principal problema de Bill 79 es que por momentos le cuesta encontrar un eje definido, un tono del todo convincente, pero -como buena película sobre jazz- tiene sus irrupciones de genialidad (como si fueran esos solos donde hay lugar para la improvisación a base de talento) que nos regalan escenas inspiradas, sensibles y dignas de una historia más que curiosa que ocurrió en un medio de un período de nuestra Historia más penosa.