Bienvenidos al infierno

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

En 1981, el trío inglés Venom editó su primer disco: «Welcome to Hell«. Con un sonido sucio y desprolijo y una imagen provocadora, sus letras ponían en primer plano la demonología y el satanismo, cuya relación con el rock hacía tiempo venía siendo denunciada por conservadores líderes de la moral, pero que ninguna banda había encarado hasta entonces de manera tan frontal y descarada. Este trabajo seminal ayudó a dar forma al género al que darían nombre en su siguiente disco: «Black Metal». Género que tendría en los 90 una segunda ola, aún más retorcida y extrema, en tierras escandinavas, principalmente en Noruega, donde todas estas características serían llevadas mucho más allá por bandas como Mayhem o Burzum, que se harían célebres, entre otras anécdotas, por la quema de iglesias y cruentos asesinatos entre sus propios miembros. El satanismo, obviamente, era parte fundamental de la imaginería y de la lírica, y los músicos se esforzaban por demostrar que se lo tomaban muy en serio.

Toda esta introducción viene a cuento en el caso de Bienvenidos al Infierno, el cuarto largometraje de Jimena Monteoliva, no solo por la referencia del título a aquel legendario álbum, sino porque la relación del Metal, y en particular del Black Metal con el satanismo y el horror está en el centro de la escena, donde la leyenda, la mística y la mitología que rodea al género sirven como material para contar una historia de pactos y rituales oscuros.

Aquí la protagonista, Lucía (Constanza Cardillo), tras el recital de una banda de Black Metal, se acerca a su cantante y líder, a quien llaman El Monje Negro (Demián Salomón), y entabla una relación con éste que la lleva a instalarse con él y con la banda en la casa ocupada que temporalmente habitan. Lucia queda embarazada de El Monje y con el paso del tiempo empieza hacer cada vez más evidente la relación enfermiza que se da entre ellos, el constante abuso y manipulación hacia ella de parte del cantante, y la intenciones oscuras que este guarda para con la criatura por venir. Todo esto la lleva a escaparse del lugar donde estaba prácticamente prisionera, encontrando refugio en la casa de su abuela (Marta Lubos), una anciana muda que vive alejada de todo en una decaída casa en medio del campo. La relación no es la mejor, pero Lucia piensa que allí escondida se encontraría a salvo, aunque no está muy segura. El Monje y los integrantes de la banda, que a esta altura sabemos que no son solamente un combo artístico, ya tienen sus planes para Lucia y el niño que está en su vientre, y van a salir a buscarla.

La primera parte del relato se divide por un lado entre un presente en el que Lucia convive difícilmente con su abuela y vive en un permanente estado de amenaza, mientras el Monje y los suyos están en su búsqueda, y por otro un pasado en forma de flashbacks que cuenta los acontecimientos que nos trajeron hasta esta situación. Hay un contraste entre estas dos líneas, una exterior, de naturaleza y color, y otra interior, claustrofóbica y gris. Ambas confluyen en una última parte, nocturna, violenta y fantasmal. Monteoliva se toma el tiempo para ir construyendo el escenario y preparando el que será el inevitable enfrentamiento. Y aunque pueda parecer por momentos que ese tiempo se extiende un poco más de la cuenta, esta construcción paciente contribuye a la potencia del último tramo, una batalla entre el bien y el mal, o que al menos lo parece.

Los fans metaleros en particular tienen sus guiños a descubrir, desde la precisa puesta en escena de la imagen Black, a la reconstrucción de momentos emblemáticos como la imagen del escopetazo de Dead, cantante de Mayhem, aquí arrojada en su sangriento esplendor para reconocimiento de la monada. Pero las referencias no son sólo musicales. Monteoliva va por su cuarto largometraje (tercero en solitario) y todos sus trabajos se enmarcan en el cine de Terror, un género cuya historia y elementos conoce bien y maneja con seguridad. En este caso, la propuesta argumental tiene algo de El bebé de Rosemary (1968) y remite también a films del terror italiano de los 70 como Todo los colores de la oscuridad (1972), de los cuales también toma algo de su estética

El film se sostiene en buena medida en las eficaces actuaciones de su elenco, donde se destacan Constanza Cardillo y Demían Salomón, este último un rostro frecuente en las producciones nacionales de género, que aquí presenta un personaje carismático e inquietante. El guion, escrito por Monteoliva, junto a Camilo de Cabo y Nicanor Loreti (director de Diablo, Kryptonita o Punto rojo) toma una premisa clásica del género pero no lo hace de manera obvia. Presenta un escenario de tensa espera ante el inevitable estallido que se anuncia y, cuando llega, se despliega con brutal intensidad. Por otro lado, Monteoliva vuelve a introducir el tema del abuso y la violencia machista, como hizo por ejemplo en Clementina (2017), y se reserva, como una suerte de venganza, una oscura forma de empoderamiento.

BIENVENIDOS AL INFIERNO
Bienvenidos al Infierno. Argentina. 2021
Dirección: Jimena Monteoliva. Intérpretes: Constanza Cardillo, Demián Salomón, William Prociuk, Marta Lubos, Emiliano Carrazzone, Andrés Loreti, Lalo Rotaveria. Guión: Camilo De Cabo, Nicanor Loreti, Jimena Monteoliva. Fotografía: Georgina Pretto, Federico Bracken. Música: Demián Rugna. Edición: Emanuel Flax. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Edición y diseño de sonido: Sebastián González. Jefatura de Producción: Federico Peña, Daniela Raschcovsky. Producción: Florencia Franco, Jimena Monteoliva. 91 minutos.