Bienvenidos al infierno

Crítica de Astrid Riehn - La Nación

En su tercer largometraje, Jimena Monteoliva apela al metalsploitation para volver sobre la violencia de género, un tema por el que muestra interés desde sus películas previas, Clementina y Matar al dragón. En Bienvenidos al infierno, la joven Lucía se enamora del “Monje”, el cantante de una banda de pelilargos que emula la estética de Kiss y que se la lleva a vivir a un aguantadero. Sin embargo, este da muestras pronto de que lo satánico no se limita a las estampas de sus remeras: es violento, controlador y lidera un culto de veneradores de Lucifer.

Amenazada por el “Monje” y su manada, Lucía, que está embarazada de él, se esconde en casa de su abuela, que vive sola en el bosque y es muda. No es difícil imaginar que esa misteriosa mujer, que se comunica con Lucía a través de una serie de notas con frases sacadas de libros, esconde un saber y con él, una enorme fortaleza. Como las brujas de antaño, que no siempre vivían en el bosque pero que, al igual que Lucía, eran perseguidas por desafiar la autoridad.

Monteoliva acierta al apelar a la brujería como una forma de resistencia ante la violencia machista, dotando de profundidad un relato que de lo contrario podría haberse limitado a sacar provecho del imaginario metalero, tan rico en cruces, cuernos, calaveras y demonios. En tanto, los limitados recursos con los que suele contar el cine independiente de terror argentino son compensados por las convincentes actuaciones de sus protagonistas y un modesto pero ingenioso trabajo de FX, que nos devuelve por unos instantes la magia previa al CGI.