Bienvenido León de Francia

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Irregular homenaje a un radioteatro legendario

"Soy como rosa encarnada que sin preguntarles nada a todos da su fragancia. De acero por los caminos, va dibujando el destino de mi lastimada Francia". Con esos versos empezaba sus emisiones "El León de Francia", popularísimo radioteatro de Roberto Valenti y Adalberto Campos, que Federico Fábregas, Alfonso Amigo, Armando de Oliva y otros artistas tomaron como caballito de batalla a su paso por las salas teatrales y emisoras del interior. Pariente de la novela de Alejandro Dumas "El tulipán negro" (que también inspiró al autor de "El zorro"), se trataba de una fantasía de capa y espada con enorme efecto en nuestro público, que silbaba al malo, sufría por sus víctimas, y aplaudía la habilidad del héroe para defender a los débiles, humillar al poderoso y hacerse el tonto.

En 1978, mezclando los recuerdos de Fábregas con sus propias experiencias al frente del Teatro Arteón de Rosario, Chiqui González y Néstor Zapata estrenaron una pieza de éxito equivalente: "Bienvenido, León de Francia", homenaje a esas viejas compañías capaces de atornillar a los radioescuchas en cada capítulo, y llevar una versión escénica por pueblos y ciudades de todo nivel, parando en fondas de relativo mérito y soportando a veces la prepotencia de alguna autoridad de pocas pulgas.

La película que ahora vemos adapta dicha obra con buen criterio cinematográfico, pero con varias resoluciones poco felices. Ambientada a mitad de los 50, va alternando la representación de la novela con la vida de los artistas, lo que incluye amores, envidias, ambiciones, una excelente escena entre la cabeza de la compañía y el interventor de una radio (Raúl Calandra, Luis Machin), otra con la vieja actriz y el joven arribista (Sara Lindberg, Matías Martínez), otra en una sala de radio (toda la compañía junto al relator, el locutor comercial y el especialista en efectos sonoros), muy elogiables departamentos de fotografía, vestuario y casting (cada rostro, aunque sea para un único y brevísimo plano, está bien elegido y por suerte bien registrado), una música melancólica debidamente colocada, la canción final, la recuperación de un micro de 1947 para mostrar los incómodos viajes de la compañía, y un registro de teatros de Rosario, Pérez, Las Rosas, Cañada de Gómez, que inmediatamente colocan a esta película en la lista de piezas de interés cultural.

Principales puntos en contra, la forzada inserción de un noticiero sobre el bombardeo a Plaza de Mayo, recurso que luego tampoco tiene continuidad, una noche de conflictos internos francamente tomada de los pelos, una seguidilla de tres resoluciones poco inspiradas, por no decir otra cosa, y el desperdicio de una linda idea, también algo fantasiosa, confrontando la ilusión de nobleza y justicia del teatro con la prepotencia de un mandamás y las limitaciones y mezquindades de los propios artistas. Más lindo era el final del radio-teatro, que por suerte también aparece representado.