Bestia

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

IR AL HUESO, EN TODO SENTIDO

Hay una especie de segunda línea del cine de aventuras norteamericano donde el foco argumental y temático es el enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza, o más bien, de un representante de la naturaleza. Esta ha dado algunos exponentes ciertamente sólidos y potentes, como Infierno en la tormenta, Miedo profundo y El líder, films donde las voluntades de ambas partes eran puestas al límite y que, en el fondo, no dejaban de ser dramas íntimos y morales. Bestia se suma a esta pequeña lista, a partir de un relato donde lo corporal expresa más que los diálogos.

El film de Baltasar Kormákur va delineando con paciencia y a la vez fluidez su conflicto central y sus protagonistas: un hombre (Idris Elba) retorna con sus dos hijas adolescentes a Sudáfrica, la tierra de origen de su esposa, de quien acaba de enviudar, para visitar una zona de caza controlada donde lo espera un amigo (Sharlto Copley), que es especialista en vida salvaje. Lo que ya era un viaje cargado de complicaciones, a partir de un vínculo paterno-filial repleto de tensiones por ausencias y cosas no dichas, se transforma en una experiencia aterradora cuando irrumpe un león que ha escapado de cazadores clandestinos y que se encuentra en una especie de raid asesino, cazando a cuanto humano se cruza. La narración se permite darles un tiempo a los personajes para que expliciten sus dilemas existenciales, pero en cuanto cumple con ese objetivo inicial, pasa a transformarse en un thriller donde se combina lo vertiginoso con un suspenso electrizante, en los que incluso los momentos de quietud son puro nervio, sin por ello resignar el drama.

El instrumento esencial al que recurre la puesta en escena de Kormákur es el plano secuencia, que no solo sirve como impacto audiovisual, sino también como una herramienta narrativa y hasta como una forma de encarar las conflictividades que anidan en los personajes. Por ejemplo, en una escena donde se ven las consecuencias de una sangrienta masacre, que sirven para reflejar el miedo y la incertidumbre al padre que encarna Elba, además de cómo su autoridad está dañada en el vínculo que mantiene con sus hijas. O la del primer enfrentamiento con el león, que utiliza la mirada para indicar lo que no se ve, trabajar la tensión con el movimiento y finalmente revelar lo que no estaba viendo, aunque podía intuirse. No hay un regodeo estético, sino una decisión de construir los espacios y la incidencia de los cuerpos moviéndose a través del desplazamiento de la cámara, sin darle tregua a los protagonistas, pero tampoco al espectador.

De esta forma, Bestia se define rápidamente como una película que va -metafórica y literalmente- al hueso: cuenta sin muchas vueltas su duelo de voluntades central, pero también su drama familiar, que avanza con la acción, aprovechando sus noventa minutos al máximo. Del mismo modo, recurre a una violencia impactante, pero también matizada, que no se regodea en lo sanguinario porque entiende que con la tensión y el temor acumulados le basta y le sobra. Y ensambla de forma muy ajustada el fuera de campo, la noción de expectativa -por lo que se ve o se intuye, tanto por parte de los protagonistas como del público- y el desgaste corporal como reflejo de la mentalidad puesta al borde del agotamiento. Así, se constituye en parte de esa segunda línea hollywoodense que nos brinda alegrías de vez en cuando. Y, por todo esto, en tiempos de dominancia de películas pensadas para el entretenimiento hogareño, nos muestra que la aventura cinematográfica, tan brutal como atrapante, todavía es posible.