Berlin Calling

Crítica de Carlos Herrera - El rincón del cinéfilo

Berlín llama con música techno

Hannes Stoehr con nada más que 30 años tiene ya en su currículum siete exitosas realizaciones entre las que se destaca la trilogía “Berlín”, compuesta por “Berlin is in Germany” (1999), “One Day in Europe” (2005) y “Berlin Calling” (2008), ésta última el motivo de este comentario.

A las pantallas comerciales argentinas llega con un poco de retraso si bien se la exhibió en el último Festival de Cine Alemán realizado en la Argentina.

No sólo no ha perdido vigencia sino que la historia tiene muchos puntos en común con la vida de algunos músicos y DJs argentinos contemporáneos.

La trama principal de esta película se centra en Martín Karow que para su profesión de DJ-compositor de Technomusic- ha adoptado el nombre de DJ Ikaurus, y pasa la mayor parte del tiempo en viajes para presentaciones personales y componiendo electrónicamente los cortes que integran sus álbumes musicales.

El ritmo del que están impresos sus días es vertiginoso, a los extenuantes tours se suman las exigencias de la empresa discográfica que edita sus obras, una deficiente relación familiar y la frenética reiteración de los metálicos compases emitidos por sintetizadores, secuenciadores y máquinas de beat que martillean todo el tiempo su cerebro hacen que la única contención que representa Mathilde, su novia, no sea suficiente y recurra a sostenerse física y anímicamente con una gama muy diversa de drogas incluidas las de diseño.

Perseguido vorazmente por los dialers, algo que le sucede a casi todos los muy famosos, sucumbe una y otra vez al consumo indiscriminado de sustancias hasta que una sobredosis lo manda a un “mal viaje”, lo desconecta de la realidad, lo pone al borde la muerte y lo deriva a una internación de rehabilitación.

Todo el desarrollo del guión demuestra una exhaustiva observación de lo que sucede en la profundidad del DJ-clubbing europeo desde hace décadas, aunque el auge del techno lo haya hecho más evidente en el tercer milenio con estrellas tales como Steve Bug o Sascha Funke quienes, acertadamente, aparecen en cameos en esta película lo que desmiente que se trate de sus propias biopics.

Un nocturno mundo donde prevalece la creación musical. Prevalencia que a su vez es utilizada para justificar que se evite mencionar el alto consumo de drogas que se hace en ese ámbito. “Lo más importante es la música” es un slogan tan reiterativo como los sones que se escuchan desde los parlantes.

Hay en esta obra cinematográfica varias subtramas pero dos de ellas son desarrolladas con precisa sutileza para que no sirvan de completo justificativo al accionar del protagonista. Una, es la endeble relación que Ikaurus mantiene con su padre, un pastor protestante. La otra, la precaria situación laboral de su hermano en una Alemania integrante de la Comunidad Europea.

Además encontramos otras subtramas que confluyen en la trama principal y muestran la inmediatez con la que las discográficas manejan el negocio musical, la aceptación de relaciones sexuales diversas y el sistema de tratamiento de rehabilitación de los adictos en neuropsiquiátricos alemanes.

La música techno de Paul Kalkbrenner es excelente.

Cuando Hannes Stoehr le pidió a Kalkbrenner que compusiera la banda musical del film, le entregó un guión que entusiasmó tanto al artista que terminó por interpretar al protagonista DJ Ikaurus y está película marca su debut actoral.

Paul Kalkbrenner demuestra con su trabajo que además de buen músico es buen actor.

Se destaca Rita Lengyel, como Mathilde, la novia bisexual del protagonista. Posee esta actriz y directora alemana una presencia cinematográfica en pantalla que realmente impresiona al espectador, su actuación demuestra una íntima interrelación con el personaje originada en un meticulosa construcción del mismo.

También es muy buena la actuación de RP Kahl como Erbse, el dealer tan odiado como requerido por todos.

El desarrollo de la película es ágil, si bien toca un tema duro pero real.

Puede algún espectador sentirse remitido a películas que tocaron el mundo de la música y sus “submundos” ligados a las drogas como “La Rosa” (Mark Rydell, 1979), “The Doors” (Oliver Stone, 1991) o “Lasts Days” (Gus Van San, 2005) pero estos filmes eran biopics, que luego fueron discutidas por el distorsionado enfoque dado a la vida de los protagonistas en pos de un mensaje aleccionador.

Felizmente en “Berlin Calling” Stoehr no pretende adoctrinar ni redimir con un metamensaje aunque el conflicto central está desarrollado en profundidad.

Los adeptos a la música techno disfrutarán al máximo de esta película. Los cinéfilos gozarán de un film bien hecho, bien dirigido y bien actuado. Los espectadores en general tendrán a su disposición buena música y buena cinematografía.