Berberian sound studio

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Thriller onírico e inquietante

Son múltiples y de diverso tipo las referencias que un cinéfilo puede encontrar en Berberian Sound Studio. En esta hiperestilizada película del inglés Peter Strickland (la segunda de su carrera, luego de Katalin Varga, de 2009), que ganó el premio mayor del Bafici el año pasado y fue también una de las grandes triunfadoras de los British Independent Film, hay en principio un homenaje explícito a un subgénero que tuvo su momento de gloria en los 70 y los 80, el giallo, combinación de thriller con historias de terror que tuvo en los italianos Mario Bava, Lucio Fulci, Sergio Martino y Darío Argento a sus nombres más notables.

El protagonista del film es Gilderoy (gran trabajo de Toby Jones, también un Capote cinematográfico mucho menos popular que el del recientemente fallecido Philip Seymour Hoffman), un retraído ingeniero de sonido inglés que viaja a Italia para terminar la mezcla y edición del sonido de un misterioso e inquietante film titulado The Equestrian Vortex, dirigido por un realizador díscolo y con aires de playboy. Para Gilderoy, la experiencia es, como mínimo, incómoda: en ese exótico estudio de grabación se sentirá atrapado por una burocracia insólita, será asediado por mujeres con look de vampiresas que allí son víctimas de un afiebrado machismo y sufrirá un trato a veces distante y otras directamente desconcertante de un puñado de personajes que le plantean exigencias profesionales con la fijación del psicópata. Pero lo que resalta en la película, más allá de su argumento pequeño, sin mucha evolución dramática y con una resolución débil que parece citar a Demons, de Lamberto Bava (hijo de Mario), es la meticulosidad y la pericia con la que Strickland construye ese universo poblado de consolas, cables, paredes acolchadas, micrófonos, magnetófonos de bobinas y viejos auriculares que remite a una manera de hacer cine que quedó anclada en el pasado.

En ese sentido, son claves los trabajos de Nic Knowland (especialmente sus magníficos contraluces) en la fotografía y Joakim Sündstrom en sonido. Son ellos los que colaboran a crear ese ambiente onírico de una película que, al tiempo que dialoga con obras maestras como La conversación y El fotógrafo del pánico, tiende un puente hacia Mullholland Drive, de David Lynch, con el también valioso aporte de Broadcast, pilar de la electrónica británica de la década pasada desmoronado en 2011 con la sorpresiva muerte de la cantante Trish Keenan. Confesos fans de Katalin Varga y de Cathy Berberian, una mezzosoprano estadounidense que trabajó muchísimo para derribar barreras entre música clásica y popular e inspiró obviamente el nombre del film, los Broadcast filtran en su banda de sonido los ecos del espectral Ennio Morricone de Teorema (Pasolini) y parte del sugestivo carácter de la música que Nicola Piovani compuso para algunas películas de Fellini.