Ben-Hur

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Una carrera contra el mito

Durante la era de oro del Studio System hollywoodense, se bautizó como sword & sandal (espada y sandalia) al conjunto de películas ambientadas en la Edad Antigua, donde recalaron las cintas de mitología y, obviamente, las bíblicas, esas que se pasaban en Semana Santa hasta no hace tanto. Charlton Heston se convirtió en la cara más recordada del género, como Moisés en “Los diez mandamientos” y como Judá Ben-Hur en, justamente, “Ben-Hur”: cinta mitológica que retuvo durante décadas el récord de 11 Oscar (hasta la llegada de “Danza con lobos”) basada en una química especial: un buen libro (de Lewis Wallace), la dirección de William Wyler, un esfuerzo de producción increíble para la época (murió gente para hacer la batalla de galeras, y la carrera de cuádrigas se convirtió en un emblema), y la cara de Heston, antes de convertirse en un lobbista de la Asociación Nacional del Rifle (su caída en desgracia también fue en pantalla, en “Bowling for Columbine”).
Mientras tanto, los italianos no quisieron quedarse atrás, como legítimos descendientes de la Roma clásica, y desarrollaron el género péplum, que toma su nombre de una antigua túnica griega: Cinecittà se convirtió así en la sede de realización de todo tipo de productos, muchos de clase B.
Bueno, la cosa es así: a la vuelta de los años, a alguien se le ocurrió volver a filmar un clásico (con Moisés se ha hecho hasta una serie brasileña, pero como está en la Biblia nadie se puede arrogar el canon), usando la estructura de Cinecittà. Sería bueno saber cómo cae una idea así: ¿a alguien se le ocurrirá filmar “Lo que el viento se llevó”? De todos modos la realización del kazajo Timur Bekmambetov es bastante irreprochable desde lo visual (es rara la cámara en mano para los planos cortos en una película del rubro), y la carrera de cuádrigas está vistosa, con los recursos de nuestro tiempo.
Carros y cruces
Ahí podríamos empezar: “la carrera es importante”, dijo alguno, entonces ya la primera escena nos ubica ahí de entrada y después nos vamos en flashback al origen de conflicto, y por supuesto se enfatiza el concepto de duelo, como si fuera una película de “Rocky”: el punto de partida es también un punto de llegada.
Otro eje está puesto en la cuestión religiosa. En el filme de 1959 (que se presentaba como “Una historia de Cristo”, subtítulo de la novela), Jesús tenía dos cameos; después su participación era indirecta. Acá aparece un montón, trabaja la madera y da varios discursos sobre el amor y la compasión, un poco lavados: algo lejos del Cristo que dijo: “No he venido a traer la paz sino la espada”, que sí podría asustar a alguien. Como Pilatos, que en esta nueva versión parece más un CEO de una multinacional (“quieren sangre, ya son todos romanos”) que a un burócrata colonial. Porque los romanos son malos y algo esquemáticos: uno esperaría más revisionismo en esos aspectos, a esta altura de la historia.
La crucifixión es un poco recargada, y los que hayan visto “¡Salve César!” de los hermanos Coen esbozarán una sonrisa. Pero las alusiones no terminan ahí: Ben-Hur tiene un aspecto “crístico” durante la mayor parte de la película, hasta que se corta el pelo como Emiliano Brancciari de No Te Va Gustar para la carrera. Hay alguna otra alegoría por ahí, ingeniosa quizás, pero se pone más gruesa cuando se cambia el destino de Messala en aras de las enseñanzas del hijo de María.
Para el que no conoce la historia, repasémosla un poco. Judá Ben-Hur y Messala Severo son amigos de la infancia, acá el segundo como un hermano adoptivo: se desarrolla la historia de ambos, el amor del romano por Tirsa, la hermana del hebreo un príncipe bonachón, que en esta versión es un poco más individualista al principio. Messala se va a buscar gloria en la guerra para poder aspirar a la chica, pero cuando vuelve ya es un tribuno romano al servicio de Pilatos. A Tirsa la ponen cerca de los zelotes, la resistencia judía, y lo que en la cinta de Wyler era un accidente (lo que condena a la casa de Hur y al muchacho a remar en una galera por años) acá es la participación activa de un zelote que será alguien importante en la vida de Jesús.
El otro cambio es la eliminación de la trama de Quinto Arrio, el “romano bueno” que adoptaba como hijo a Judá (acá la terminan mal y pronto) para acrecentar la del jeque Ilderim, que lo impulsa como campeón en la carrera donde el héroe buscará la venganza.
Caras globales
Una de las ventajas del cine de la era de la industria cultural global, es el acceso a castings más diversos en lo étnico: Heston, rubio y de ojos celestes, era parte de la norma, y Yul Brinner u Omar Sharif eran de lo más exótico que había. Bekmambetov recurre entonces a un elenco que va por ese lado, además de incluir varios nombres televisivos.
Jack Huston (nieto de John) se pone en la piel del protagonista, tarea difícil en la comparación, y saca un empate (parece que la primera opción era Tom Hiddleston, menos galán y de más edad). Algo parecido puede decirse de Toby Kebbell (un habitué en películas “exóticas”) como Messala: la rema bastante. Las mujeres de la familia son elecciones acertadas: la israelí Ayelet Zurer (Vanessa en “Daredevil”) es firme como Naomi, la matriarca, y Sofia Black D’Elía es querible como Tirsa (alguien dijo por ahí que la querían a la también israelí Gal Gadot, la nueva Mujer Maravilla). Pero la más multidimensional es la iraní-británica-estadounidense Nazanin Boniadi (Fara Sherazi en “Homeland”) en el rol de Esther, la esposa del héroe, bondadosa pero inflexible, la más creyente en el carpintero.
La convocatoria a Morgan Freeman para interpretar a Ilderim parece sustanciar la teoría de Alejandro Dolina: Freeman es la fija cuando hay que poner un sabio, o un científico que resuelva un entuerto; así que su personaje le sale de taquito. El brasileño Rodrigo Santoro da un giro al interpretar a Jesús, después del Jerjes de “300”: le toca la mejor parte, y no sufrir tanto como Jim Caviezel. Pilou Asbæk, el Euron Greyjoy de “Game of Thrones”, construye un Poncio Pilatos más impactante que profundo (también se habló de Pedro Pascal, Oberyn Martell para el papel; como dato, siguiendo la regla tácita de que hay que tener dos actores de GoT, James Cosmo, alias Jeor Mormont, interpreta aquí el no-personaje de Quinto Arrio).
En conclusión: querer volver a contar un clásico con los lenguajes de nuestro tiempo no garantiza el éxito. Y los clásicos, los verdaderos, tampoco lo necesitan.