Belfast

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

La guerra de afuera y la batalla interior

El estreno de “Belfast” fue el jueves pasado, el mismo día en que el mundo estaba convulsionado por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. “Belfast” también respira un enfrentamiento entre dos posiciones bien diferentes, en este caso son los católicos contra los protestantes en Irlanda. Kenneth Branagh quería filmar esta historia porque fue su propia historia de vida. Ambientada hacia fines de los 60, la película arranca a todo color con la floreciente e industrial Belfast actual y linkea al blanco y negro para contar en esa tonalidad casi todo el filme, salvo algunos chispazos coloridos para situaciones muy puntuales. El pequeño Buddy (brillante Jude Hill) es el alter ego del laureado actor y realizador, cuyo filme tiene siete nominaciones, entre ellas mejor película y mejor director, para la cita más importante de la industria del cine: los premios Oscar, que tendrán su gala el 27 de marzo. Buddy es el eje indiscutible de este relato. El chico juega a la guerra en las calles de su barrio, estudia todo lo que puede para captar la atención de una compañerita de clases de la cual está enamorado, se entretiene mirando tele en su casa junto a sus autitos Matchbox, disfruta de la compañía de sus abuelos -que siempre lo apañan, lo miman y lo educan- y de su hermano mayor. Pero hay un clima de tensión en el vínculo con sus padres. Su papá (el flojo actor Jamie Dorman, el mismo de “Cincuenta sombras de Grey”) va y viene a Londres por cuestiones laborales y a veces es algo así como una visita de lujo. Su madre (buen rol de Caitriona Balfe) se la pasa haciendo equilibrio para que sus hijos, principalmente Buddy, sean felices y para conformar el pedido de su esposo, que imperiosamente quiere irse a “una vida mejor” en Inglaterra. Belfast no solo es la ciudad que vio nacer a Buddy, también es el lugar en el que su abuela (maravillosa Judi Dench) y su abuelo (Ciarán Hins, superlativo) decidieron quedarse, postergando otros sueños. Pero el romanticismo del lugar se cae a pedazos cuando en la misma calle donde se jugaba a la guerra ya no se puede ni arrimar la nariz porque la vida está en juego, justamente. Lo bueno del filme de Branagh fue que no se quedó en las llagas del conflicto sino que rescató la mirada inocente del niño (sin llegar al extremo de “La vida es bella”). Branagh muestra a la Belfast que disfrutó, por eso se justifican tantas escenas evocando al cine. Desde el guiño al western con las imágenes y la música de “A la hora señalada”, hasta el musical “Chitty Chitty Bang Bang”, con Dick Van Dicke. La violencia invadía las calles pero el cine lo llevaba a otros paisajes, y era necesario rescatar ese sentimiento y esa emoción. En medio de aquellas vidas de película siempre se respira el amor por el lugar donde se caminó por primera vez. Esa defensa de los aromas, la gente cercana, los espacios conocidos y el derecho a la identidad. Cuando aparecía como tentador viajar a Inglaterra para tener una casa con jardín, la mamá de Buddy defiende el valor de jugar en la calle. Porque ahí están sus amigos, y en Londres ni siquiera lo entenderán al hablar. Es la misma batalla por la identidad de los personajes de la obra “Made in Lanús” (que en cine fue “Made in Argentina”). El final de la película levanta la bandera de los que resistieron y de los que se fueron. Y siempre por amor a Belfast.