Bel Ami, historia de un seductor

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

Relaciones peligrosas

Bel Ami, Historia de un Seductor, basada en la novela de Guy de Maupassant, peca de recaer en los peores clichés de las llamadas "películas de época". Intrigas palaciegas, pero con un grupo de burgueses y nobles de poca monta en departamentos rococó, donde pululan lustrosos vestidos de satén, seda y raso, como si fuera una versión B de Las relaciones peligrosas, ambientada un siglo después. Para demostrar que las señoras bien de la alta sociedad también desean: pechos que se inflan y respiran agitados, contenidos por los las restricciones de los corsets y las normas sociales de la época.

Bel Ami, Historia de un Seductor hace uso y abuso de dos dicotomías construidas burdamente. Por un lado, la pasión como enemiga de la razón puesta al servicio del avance económico individual. George Duroy (Robert Pattinson) es un hombre sin pasión, salvo la de subir la escalera social y ser rico, tras volver del servicio militar en Algeria y encontrarse en la más absoluta miseria mientras otros disfrutan de la buena vida. Los ojos ausentes de Pattinson, que pueden ser muy mal aprovechados como el vampiro más aburrido de la historia en la saga Twilight o muy bien utilizados por directores como Cronemberg en Cosmópolis (tanto más recomendable para ver si necesitan una dosis del rubio inglés), acá están a mitad camino de lo que pueden llegar a ser. El Duroy de Pattinson es profundamente resentido, con su mandíbula tensa y mirada fija de asesino serial. O eso pareciera intentar componer el actor, que a veces parece tan perdido en la construcción de su personaje como lo está Duroy entre la alta sociedad a la cual quiere llegar.

Un encuentro fortuito con Forestier (Philip Glenister), un ex camarada del ejército, es el puntapié para que el protagonista inicie su ascenso. En una cena conoce a Madame Madeleine de Forestier (Uma Thurman), quien será su mentora y artífice en la incursión de Duroy en el periódico que dirige su marido. Madeleine hace honor a su título de Madame y lo presenta entre sus amigas casadas, ya que como bien le dice: "las 'mujeres de' son las que realmente manejan a la sociedad", en un incisivo y (reconozcamos revolucionario para la época) planteo de la novela original. Duroy se convertirá en el amante de dos de ellas, la ignorada por su marido Madame Rousett (Kristin Scott Thomas) y la joven e ingenua Clotilde de Marelle (Christina Ricci). Pero a ellas dos -al contrario de Madame Forestier que enérgicamente le deja en claro al protagonista que sólo serán socios de negocios (al menos en un principio)- las traiciona la pasión que les despierta Duroy, y que la película poco sutilmente postula es la razón por la cual las mujeres podían manejar todo entre bambalinas, pero no ocupar los mismos cargos que sus maridos.

Se recalca una y otra vez que los sentimientos como los celos de los rivales de Duroy -empezando por Monsieur Forestier que no ve bien las andanzas de su mujer- son los que los hacen caer al desconcentrarlos del juego del ascenso social y la razón calculadora que requiere. La misma escalada del protagonista se tambalea al enamorarse de Clotilde y al recelar a Madeleine una vez que ésta sea su esposa.

Por otro lado, el film reconstruye con más estereotipos a la París de la Belle Époque (aunque la novela data de cinco años antes), donde la Bohemia francesa reunía en bares decadentes a los hombres (y en medida ínfima, a mujeres) de la alta sociedad con los mismos que ellos se encargaban de condenar a la marginalidad: artistas hambrientos, prostitutas y borrachos. Están los departamentos elegantes decorados en colores pasteles y dorados de piso a techo por un lado, y por el otro los bajos fondos feos, sucios y malos. En el guión adaptado de Rachel Benette sus personajes sólo desean lo que tienen los otros, los pobres como Duroy quieren riqueza y los ricos quieren vivir desenfadadamente como la guionista y los directores Donnellan y Ormerand torpemente postulan.

Así de lineal son las motivaciones del desaprovechado elenco de Bel Ami, Historia de un Seductor (sobre todo Scott Thomas), pese a los esfuerzos de este trío por adornarlos con secretos, mentiras y vueltas de tuerca intrincadas, como si fueran una parte más del más del mobiliario estilo Luis XV de las casas donde transcurre el film.