Bebés

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Una ternura excesiva

El seguimiento de cuatro criaturas de culturas diversas, aún con momentos deliciosos, es reiterativo.

Bebés es un documental paradójico: ¿hay algo más encantador que ver a niños en su primer año de vida aprendiendo a gatear, a caminar, sonreír, dormirse y jugar? No hay duda de que cualquier padre atesora esos videos de sus niños dándose un golpe al intentar pararse, con algún berrinche incontenible, ese momento en el que (ingrese aquí el nombre que corresponda) se queda, lentamente, dormido en su cochecito. De ahí a ver una película sobre cuatro bebés que, en distintas partes del mundo, hacen, reiteradamente, estas mismas cosas, hay una distancia insalvable.

La idea del actor francés Alain Chabat, productor del filme, y del director Thomas Balmes, es la de mostrar el primer año de vida de cuatro bebés de distintos lugares del mundo, y con hábitos y costumbres completamente diferentes. Y probar, en un punto, cómo más allá de las evidentes diferencias económicas, sociales y culturales, en el fondo son todos muy parecidos. Es decir: lloran, se ríen, patalean, comen, se duermen y así todo.

Pese a la reputación previa del director de tocar temas sociales en sus filmes, Bebés más bien parece un producto por encargo, una especie de simpático y largo aviso de Benetton donde criaturas de Japón, Namibia, Mongolia y los Estados Unidos (San Francisco, para ser más preciso) son capturados por la cámara en esos momentos que, imaginamos, serán maravillosos de ser repasados por familiares, amigos y, llegado el caso, por un turista que se haga pasar por antropólogo. Pero no tiene ninguna profundidad ni densidad ni interesa más allá de eso.

Aclaremos: el filme tiene momentos deliciosos. La niña de Namibia peleándose con su hermano o jugando con animales salvajes; la japonesa enredada con un rollo de papel higiénico; los paisajes que recorre el niño de Mongolia y la cara de la pequeña californiana durmiéndose o pelando una banana con una delicadeza que no tendría un adulto. Y así, por 80 minutos seguidos, algunos más tiernos que otros.

Para que el asunto se transforme en una película debería haber algo más que una “cámara sorpresa” siguiendo a bebés durante meses. Y si lo hay -Balmes deja ver las diferencias sociales, por un lado, y a la vez parece decir que la vida de la niña de Namibia es mucho más pura y libre que la cuidada y controlada existencia de la rubiecita californiana, por ejemplo-, no salen de la obviedad y el lugar común de una larga tanda publicitaria o un videoclip de las viejas épocas de Michael Jackson.

Es innegable que la película será disfrutada por muchos. Para otros, será algo parecido a sentarse en la casa de algún pariente muy lejano a ver un video de todo lo que grabaron de su seguramente hermoso y divino bebé seguido por un: “¿Y qué tal si ahora les mostramos el de nuestro viaje a Africa?”.