Batman

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

La versión de Matt Reeves del Hombre Murciélago transcurre mucho antes de la madurez del héroe (y de su principal rival), acercándose al mundo del cine negro y las historias de detectives tan propias del tiempo, 1939, en el que Bob Kane creó al personaje, acertando en la creación de los climas pero no la resolución de los conflictos de la historia.

"Soy la venganza”, dice la voz que surge detrás de la máscara de Hombre Murciélago antes de interrumpir a puño limpio la agresión gratuita de una patota contra un hombre común en una estación de subte. Así se presenta Batman en la renovada versión del más atormentado de los superhéroes, que lleva la firma de Matt Reeves. Estamos delante de un justiciero nocturno, encargado de castigar a quienes quieren sacar ventaja de la caótica situación que se vive en Ciudad Gótica, un lugar gobernado por la corrupción y en el que reina el crimen. No parece haber ley o autoridad dispuesto a frenarlo.

¿De dónde sale esa pulsión que lleva al hijo de un multimillonario hombre público a ocultarse entre las sombras y, disfraz mediante, tratar de corregir todo lo que está mal sin rendirle cuentas a nadie? Reeves, un especialista en la exploración de zonas oscuras e inquietantes, dijo varias veces que su esperado Batman no se enfocaría, como los anteriores, en el muy trajinado tema de sus orígenes.

Pero no puede evitarlo. Aunque aquí no se muestre el momento en que sus padres mueren asesinados ante los ojos del pequeño Bruce Wayne, será el vínculo paterno-filial el que irá constituyendo de manera elusiva la personalidad de una figura que terminará, aunque no se lo proponga, ocupando el lugar del héroe. Ese camino empieza a forjarse en paralelo con el de su adversario mayor, el Acertijo (Paul Dano), una suerte de espejo deformado de la vida del propio Hombre Murciélago, que también construye su propia red de venganzas y castigos profundizando todavía más el cuadro de horror cotidiano que se vive en Ciudad Gótica.

El Batman de Reeves transcurre mucho antes de la madurez del héroe (y de su principal rival). La historia se acerca al mundo del cine negro y las historias de detectives tan propias del tiempo (1939) en el que Bob Kane creó al personaje. Y suma elementos muy distintivos de las historias de crímenes y asesinatos en serie de los años 70, con David Fincher como mayor influencia.

Con esa argamasa, Reeves construye un relato sombrío y amargo, cargado de pesimismo, en el que todo parece ocurrir de noche. El cuadro abruma todo el tiempo al heredero de la dinastía Wayne, incapaz por sí solo de corregir los vicios de una ciudad sometida a las mafias, a las adicciones (hay un extraño narcótico en forma de gota, cuyo uso se extiende sin límites) y a la defección de sus hombres públicos. El único que se salva es el comisionado Jim Gordon (Jeffrey Wright). El panorama se complica en vísperas electorales, escenario del que Reeves se vale para sumarse al debate actual sobre la realidad estadounidense en tiempos de grietas y conspiraciones.

El director sabe construir climas y llevar la trama hacia un lugar poco frecuentado en las películas de superhéroes. Para recordarnos que estamos en ese mundo no faltan algunas prototípicas escenas de acción, como la que coloca en primer plano a un nuevo modelo de Batimóvil. Pero la esencia del relato es otra, marcada por la evolución del juego de gato y ratón que llevan adelante Batman y el Acertijo con recursos, modos e influencias muy propias del policial negro.

Reeves acierta mucho más en la exposición de las situaciones que en el modo en que logra resolverlas. Hay una salida demasiado superficial y hasta pueril de algunos momentos decisivos en los que, minutos antes, parecía casi no haber escapatoria posible. En una película tan larga esos desajustes se notan más. Y también la descripción demasiado carente de misterio de algunos personajes clave como el mafioso que encarna John Turturro y el de su principal secuaz, un irreconocible Colin Farrell. Desaprovechado aquí casi por completo (al igual que el Alfred de Andy Serkis), Farrell tal vez sólo cumpla con la presentación de una figura que más tarde, en futuras secuelas o series, adquiera de verdad la personalidad de uno de los grandes villanos de la historia de Batman.

La expresión lánguida y torturada de Robert Pattinson es funcional al mundo imaginado por Reeves. El actor encarna a la perfección al Batman más gótico de todos, un personaje sombrío y vulnerable, que siente que la realidad se desmorona ante sus ojos y poco puede hacer para remediarlo. Tendrán que llegar el enfrentamiento con su némesis y la atracción que siente hacia la Gatúbela de Zoë Kravitz (otra figura poco aprovechada) para empezar a encontrar en medio de tanta negrura las señales de identidad que le conocemos. No alcanza con reconocerse como un oscuro y anónimo vengador.