Barroco

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Acerca del arte de robar

Se filmó en 2011 cuando aún se pagaba el viaje en colectivo con monedas pero Barroco es una película de estos días. Otra más. Pero de las buenas que viene organizada bajo ciertos parámetros estéticos originados en la FUC (Universidad del Cine). Julio y Lucas están gestando una fotonovela –como aquellas Kiling de los '70– en un Buenos Aires donde no hay gas. Además, Julio consigue trabajo en una librería, y comparte el espacio con otros dos empleados y un jefe que acepta de entrada las bondades laborales del personaje central en el local. También, Julio tiene una novia (Laura), que toca música barroca con su flauta traversa en un trío donde su ex se encarga del órgano. Pero entre diálogos sutilmente expresados y ese aire culto que resplandece en varias producciones de estas características (Castro; El escarabajo de oro y porqué no la reciente Dos disparos), a Julio se le ocurre robar libros, motivo por el que al principio será acusado por su jefe y sospechado del atraco por algún compañero del trabajo. Estanislao Buisel mira al detalle los comportamientos de los personajes, registra cada una de sus mínimas acciones y explora ciertas rutinas con delectación y nobleza, sin caer en clisés y en ese denso minimalismo recurrente de cierto cine argentino de pose autosuficiente.
Cerca del final, la fotonovela se construye a través de las imágenes, concretándose como un reflejo de lo visto anteriormente, donde se incluyen otros robos y engaños. Allí, aquella revista Kiling de décadas atrás se convierte en un material de culto que remite a La jetée de Chris Marker. Otra cita más, otra referencia de renombre que aclara, por si no bastara, las intenciones de la película.