Barroco

Crítica de Elena Marina D'Aquila - A Sala Llena

Apocalypse Now.

Exhibida dentro de la Sección Competencia Argentina del 15° Bafici, la ópera prima de Estanislao Buisel -realizador de los cortometrajes Porteros y Tenis, también vistos anteriormente en el Bafici- cuenta la historia de Julio, interpretado por el talentosísimo y versátil Julián Larquier Tellarini, un adolescente que trabaja en una librería. Pero lo que quiere, más que nada en el mundo, es hacer una fotonovela de ciencia ficción con su amigo Lucas (Julián Tello, compañero de banda de su tocayo en la vida real y en escena en la obra de teatro Los Talentos), inspirada en revistas pornográficas en blanco y negro con enormes fotografías y minúsculos textos y ambientada en una Buenos Aires apocalíptica que pareciera salida de Fase 7, pero en vez de estar inmersa en una epidemia, la ciudad se encuentra bajo una seria crisis de gas.

Contada mediante intertítulos que ordenan cronológicamente el relato, Barroco está concebida como una gran cadena de causa-consecuencia en la que cada escena diaria posibilita la acción de la siguiente, construyendo de esta manera el relato. Un relato de iniciación, como lo era la obra de teatro co-dirigida por el que aquí es uno de los guionistas de la película y compañero de trabajo de Julio en la pantalla: Walter Jakob o “Poe”, como lo apoda el protagonista por su parecido con el escritor. Sucede que la ópera prima de Buisel tiene varios puntos en común con Los Talentos. Además del más obvio y ya mencionado, ambas comparten los mismos protagonistas y en papeles muy similares -personajes nerds intelectuales, algo torpes e inocentes y también adorables- con la diferencia de que aquí no parecen titubear cuando de acercamientos al sexo opuesto se trata. Pero por sobre todos esos detalles, obra de teatro y película se sumergen hasta el fondo del océano turbio que es ese universo adolescente de la inexperiencia, el deseo, la torpeza y las nuevas búsquedas, los comienzos.

Así como Los Talentos era una obra tan tierna como compleja en la que Larquier y Tello ya demostraban que podían sostener el nivel de intensidad que ésta les demandaba frente al público, superando minuto a minuto la dificultad de sus extensos y exhaustivos parlamentos y manteniendo en todo momento el carácter lúdico de sus personajes y de la obra, Barroco trabaja la puesta en escena como un juego conformado por varios juegos; robar forma parte de ese desafío. Porque Julio no roba por dinero, roba por la aventura. Es un personaje que, a diferencia de los demás, no piensa en el futuro; es puro presente y ganas de lanzarse a la vida como si formase parte de Las Aventuras de Tintín, sin importarle demasiado las consecuencias. Por eso le interesa tanto la fotonovela y tan poco su trabajo, cuyo objetivo es simplemente pagar las cuentas.

Lo que sucede es que Barroco es un fotomontaje en sí mismo, que comienza a moldearse a través de varios pedazos (situaciones, fotos e ideas que disparan los personajes) unidos con Plasticola, que se van sumando para construir una identidad propia y un estilo visual muy ecléctico, pero sin ocultar su sencillez, hasta volverse orgánico. En algún lugar en medio de la historia de iniciación y de esa fotonovela apocalíptica que se convierte en una película dentro de la película, se cuelan declaraciones de amor a músicos, partituras, escritores, directores, películas, historietas y fotonovelas, claro.

Si esta comedia extraña que es el debut cinematográfico de Buisel logra que su relato genuino y su frescura se sostengan durante todo el metraje, es en gran parte gracias a sus actores principales: los talentos de Los Talentos (dirigida Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, casualmente amigos desde la adolescencia) y dupla artística en cualquier escenario local; actualmente tocando en vivo con la banda de rap que fundaron bajo el extraño (escrito con una V en vez de una U) pero por otro lado tan lógico nombre de “Jvlian”. Larquier y Tello se juntan y se potencian hasta sacarse chispas; no le tienen miedo al desnudo completo ni al amplio abanico de disciplinas artísticas en las que incursionan. Como seres anacrónicos y extensiones de sus personajes en los libretos, este par de artistas todoterreno en plena ebullición está comenzando a pisar fuerte en el teatro, en la música y en el cine argentino. Expertos del timing de la comedia, carismáticos y versátiles, hipnotizan con sus personalidades superpoderosas dentro y fuera de la pantalla y con la sensación de que son capaces de hacer cualquier cosa que se propongan.

Para cuando termina Barroco, cierta incertidumbre queda flotando en el aire; un final abierto y una fotonovela terminada, pero por sobre todas las cosas, nos deja la apreciación de un cine argentino fresco, genuino, ingenioso y arrojado que encuentra nuevas formas de contar una historia y nuevos rostros que esperan ansiosos por ser aún más explorados.