Barbie y la puerta secreta

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Una muñeca en el país de las maravillas

La receta es infalible. Dos princesas por acá, unas cuantas hadas por allá, varias sirenas por ahí, más cuatro unicornios símil Mi Pequeño Pony y unos monstruos parientes del Sulley de Monsters, Inc., y el resultado es una película atractiva para toda nena de entre tres y diez años. El marco, además, es una historia con las características de un cuento de hadas clásico, con reminiscencias de Alicia en el País de las maravillas.

Esta vez, Barbie “interpreta” a la princesa Alexa, una chica tímida, con poca confianza en sí misma y reticente a asumir los compromisos protocolares que implica pertenecer a la realeza, hasta que en el jardín del palacio encuentra una puerta secreta que la conduce a un mundo mágico. Allí descubrirá todo lo que es capaz de hacer, y de ahí la moraleja de la película: “Nunca sabrás lo que puedes lograr, hasta que lo intentes”.

Porque Barbie y la puerta secreta deja varios mensajes edificantes. Y, para que no queden dudas de que es aptísima para todo público, no contiene ninguna escena que pueda asustar a las nenas. La villana, Malucia, da más risa que miedo, y sus secuaces son criaturas queribles. Que le dan vida a la película después de un comienzo desalentador, poblado por seres humanos que -técnica de captura de movimiento mediante- tienen tanta gracia como la muñeca Barbie. Hasta que la acción se traslada al mundo de fantasía, con colores, paisajes y personajes cautivantes.

Consejo para los padres: llevar tapones para los oídos para las partes musicales, una muestra del teen pop más chillón. Y rezar para que no se edite el CD.