Bárbaro

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

En muy poco tiempo, Bárbaro se transformó en la nueva estrella del cine de terror producido en Hollywood. Con una estructura narrativa llamativa, bien distinta a casi todo lo que se viene viendo últimamente (que no es poco), la película instaló de inmediato a Zach Cregger como innovador heredero de una tradición ilustre para el género. De hecho, unos cuantos entusiastas ya identificaron a Cregger como el nuevo Wes Craven.

Es muy posible que semejante título todavía le quede un poco grande, pero vale reconocer la audacia de Cregger por honrar ese legado con renovados recursos. Las innovaciones de Bárbaro tienen que ver sobre todo con una trama marcada por saltos abruptos de situaciones y épocas, así como con un manejo de la tensión que tuerce, altera y transforma el habitual uso de varias herramientas fáciles de reconocer y de encontrar. Clisés del cine de terror (y del thriller, porque aquí tenemos de las dos cosas en dosis bastante repartidas) revisados aquí todo el tiempo. No se le puede negar ingenio a Cregger para llevarnos a través de ellos por unos cuantos caminos inesperados.

Todo empieza cuando el destino coloca en medio de una tormenta a Tess (Georgina Campbell) en la puerta de una casa para alojamiento temporario que ya contaba con un ocupante (Bill Skargard). El error de sobreventa dispara el primer eje de conflicto que nos lleva siempre de manera inesperada al núcleo del horror, representado en un sótano. A esa altura, el desconcertado espectador queda a merced de lo que se le ocurre a Cregger, que desata a sus monstruos de varias maneras. Puede dilatar su llegada a través de situaciones banales o acelerarla sin pestañear.

En el medio, a veces con genuina sorpresa y a veces de la mano de lo que sólo parece el capricho de alguien dispuesto a provocar con bastante oportunismo, Cregger invoca al #MeToo, viaja atrás en el tiempo para buscar la causa de unos cuantos males en la administración Reagan y utiliza la transformación de Detroit en una especie de ciudad fantasma como factor determinante de su viaje hacia el horror.

Hay momentos en que Cregger consigue disimular algunas decisiones arbitrarias detrás de la convicción y la seguridad con la que sitúa a sus personajes en espacios siempre inquietantes, con puertas que a menudo no se abren (o se cierran de golpe) y ocultan detrás de ellas secretos espantosos. Los personajes principales, sobre todo Tess, quedan expuestos a esos miedos, pero muchas veces por decisiones difíciles de sostener respecto de lo que ocurre inmediatamente antes. Cregger debe aferrarse a esta dudosa lógica para atar situaciones muy distantes en tiempo y espacio. Depende de ese recurso forzado para evitar una dispersión que igualmente se nota.

Más allá de estos vaivenes (a veces sutiles, a veces más explícitos), Bárbaro garantiza unos cuantos sustos genuinos mientras se anima a cuestionar algunas fórmulas. Debemos agradecerle a Cregger, en su bienvenida búsqueda de nuevos rumbos, haber dejado a la vista que últimamente las películas de terror se parecen demasiado.