Bárbara

Crítica de Paula De Giacomi - La mirada indiscreta

Detrás del muro

Bárbara es una película austera que habla sobre decisiones, una mujer de espaldas a su pasado y de frente al futuro que tiene que elegir hacia dónde dirigirse.

La historia está situada a principios de los años ochenta en una Alemania dividida. Ella es una médica de La Charité (prestigiosa clínica de Berlín del este) que es obligada a mudarse a una pequeña provincia, luego que se le denegara un pedido para salir del país. Ahí trabajará en un hospital, pero sin dejar de ser vigilada constantemente.

Poco sabemos de su pasado, sólo que hay un hombre en su vida que la esperará en Dinamarca y que ambos tienen un plan para escapar. Tampoco podemos deducir su futuro, pero todo indicaría que será lejos de Alemania. El director Christian Petzold elige no decirnos demasiado, y lo bien que hace, es uno de esos autores que nos obligan a construir nuestra propia percepción del personaje y de quienes lo rodean.

Bárbara es una mujer fuerte, distante y ajena a su nuevo entorno. Le aconsejan que no “se separe demasiado” porque la gente del pueblo es muy susceptible y tiende a sentirse de “segunda clase”, pero a ella poco le importa los complejos de inferioridad de sus nuevos compañeros. La vemos fumando casi todo el tiempo, esos “cigarrillos occidentales” que guarda en su maletín rojo, que la anclan a su antigua vida, el humo que la aleja todavía más de los demás, como una especia de niebla en la que se esconde cada vez que alguien intenta acercarse. Pero es entendible, es difícil encajar en un lugar en donde uno no quiere estar.

A lo largo de toda la película hay una constante dicotomía, la contradicción entre Berlín Occidental y Oriental que está representada en Bárbara y la gente del pueblo. Pero también ésta oposición la vemos en ella a medida que avanza la película: sus silenciosos planteos sobre su pareja, su profesión, su idea de la libertad y progreso que parecen estancarse en medio de las calles de tierra de ese pueblo, a simple vista, chato.

Por otro lado, esta ambivalencia está presente en todos los personajes, ellos oscilan entre la sensibilidad y la frialdad, entre la confianza y la desconfianza, entre el poder y la sumisión, entre la verdad y la mentira. Nadie tiene una sola cara y eso los hace humanos y creíbles.

La película nos muestra una situación política y social contada desde la mirada intimista de una mujer. Los personajes a su alrededor tampoco están en mejores condiciones. André, su jefe y compañero, para silenciar un error en su profesión acepta la propuesta de trasladarse al pueblo y encargarse de dirigir el hospital de la zona. Stella, una chica que trabaja en “campos de exterminio, pero socialistas”, como tan duramente lo define Bárbara, que de manera recurrente vuelve al hospital fingiendo estar enferma, hasta que un día realmente lo está, y no sólo eso, sino también embarazada. Mario, un adolescente que intenta suicidarse tirándose del tercer piso por creer que su novia lo engaña, llegando al hospital casi al borde de la muerte. Y hasta el funcionario que vigila y persigue a Bárbara carga con una densa historia familiar, más allá de su antipática personalidad. Todos de alguna manera están atrapados.

Y finalmente Bárbara tiene que elegir. Llega el momento y la hora indicada (el segundero del reloj exacerbado como una banda sonora) en donde el camino a seguir está marcado. Entonces deja de tocar el piano, sale del departamento, sube a su bicicleta y pedalea hasta la playa, pero con una pequeña variante en su plan: no está sola. Lo demás lo verán con sus propios ojos, si es que les interesa hacerlo, porque este final es un nuevo comienzo y no sólo para ella… La decisión fue tomada y todo lo que queda detrás, es historia.