Bárbara

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Libertad vigilada y bajo sospecha

Los alemanes tienen dos estigmas muy fuertes en su historia, uno es el nazismo y el otro, la división del país como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Estos dos estigmas, relacionados uno con el otro, han marcado de manera indeleble el espíritu de ese pueblo durante la última mitad del siglo XX.

Como es comprensible, esas dos experiencias tan dramáticas y tan desgarradoras están presentes en prácticamente todas las manifestaciones culturales. Son un tema insoslayable.

En este caso, el director nacido en Alemania Occidental, Christian Petzold, aborda en “Barbara” una historia ambientada en la Alemania Oriental, ubicándola a principios de la década de los ‘80, lo que sería en las vísperas de la caída del Muro de Berlín.

El film es un producto inconfundiblemente alemán, es metódico, prolijo, denso, sugerente, oscuro. De formas clásicas y austeras. “Barbara” pretende ser un mini retrato social de una época y un lugar.

La protagonista es una médica joven, una destacada profesional en un importante hospital de Berlín, quien sin embargo, es confinada a un pueblito perdido por haber solicitado una visa para dejar el país. Ella quería reunirse con su novio, que está del otro lado del muro, pero la Stasi se lo prohíbe, la encarcela y además, la castiga con el traslado.

En su nuevo destino, Barbara es sometida a una vigilancia permanente y constantes controles. Un médico, Andrew, en situación algo semejante a la de ella, insiste en acercarse amistosamente, pero ella sospecha de él. Piensa que es un agente del régimen cumpliendo su trabajo.

El relato asume un sesgo despojado y por momentos, unos acordes musicales le ponen un tono dramático a las situaciones cotidianas rutinarias. La médica reparte su tiempo entre su trabajo en el hospital y algunas escapadas a ciertos lugares, dando a entender al espectador que tiene un plan secreto. Seguramente, piensa fugarse con la ayuda de su novio.

Sin embargo, la atención de los pacientes concentra su interés y la acerca más a Andrew. Ellos, en definitiva, aman su profesión y no solamente quieren curar enfermos y salvar vidas, se encuentran con casos conflictivos relacionados con el clima de opresión que se vive en la región. Especialmente se sienten conmovidos por una muchachita que está recluida en una institución y cada tanto se escapa, poniendo en riesgo su vida, y el de un adolescente que tuvo que ser asistido luego de un dramático intento de suicidio.

Tristeza y sufrimiento

Barbara y Andrew se sienten escindidos entre sus deseos personales, sus obligaciones y sus principios éticos. Una conjunción de contradicciones que los llevará a tomar decisiones drásticas, pero que consideran oportunas.

El tono general de la película es de tristeza y sufrimiento. En ese pequeño mundo nadie es feliz, no hay alegría, no hay espontaneidad y todo es sospecha, sometimiento y castigo. Sólo pequeños destellos de afecto pueden surgir entre los personajes, casi en la clandestinidad. Y pese a todo, serán capaces de tener algún gesto de grandeza que hará que la vida cobre sentido.

Petzold cuenta esta historia mínima sin ahondar demasiado en el pasado de los personajes y abre mucha incertidumbre respecto del futuro. La existencia, para ellos, es el día a día, en un sendero de márgenes muy estrechos. Y el clima general de la obra está inspirado en los preceptos del realismo socialista y del distanciamiento brechtiano, por lo que resulta un poco fría y deficiente al momento de transmitir emociones.