Bárbara

Crítica de Fernando López - La Nación

Christian Petzold tiene sus motivos personales para seguir explorando en su cine cómo era la vida cotidiana en los días de la República Democrática Alemana. Sólo después de la caída del muro de Berlín, y como si de repente hubieran recuperado la memoria, sus padres comenzaron a contarles a él y a sus hermanos episodios del pasado, vividos en aquel asfixiante y ominoso reino de sospechas que no querían recordar y del que habían podido fugarse en 1959, pocos meses antes del nacimiento de Christian. Fue entonces cuando el futuro cineasta comprendió que en aquella atmósfera irrespirable ellos habían perdido su juventud.

Ésa es la atmósfera que Petzold busca recrear en Bárbara . Y sobre todo descubrir las heridas que la continua exposición a ese clima enfermizo devenido rutina deja en el espíritu humano. La acción transcurre en la Alemania dividida de 1980, pero la observación vale para cualquier régimen totalitario.

El personaje central es una médica pediatra que se ha vuelto sospechosa tras haber solicitado una visa para salir del país y ha sido transferida de una importante clínica de Berlín a una remota localidad del Báltico para trabajar en el hospital del lugar. Allí se le ha asignado un diminuto y rudimentario departamento regido por una casera hostil y donde recibe frecuentes y humillantes visitas de oficiales de la Stasi. En su exilio, Bárbara, envuelta en intrigas que hace muy poco por disipar, es objeto de una vigilancia constante ¿Por qué no habría de ser otro agente el médico jefe que con insistencia ha querido acercarse y mostrarse amable desde el principio? Ella se mantiene lejana y silenciosa, y aunque a veces muestra algo más que curiosidad por esa figura afectuosa y sensible, aparentemente sólo se interesa por sus pacientes, entre ellos una adolescente que se ha fugado de un correccional y padece meningitis y un muchacho que ha intentado suicidarse. Son personajes que -como todos los elementos puestos en juego por el realizador- tienen su razón de ser y cumplen su función en el bien construido entramado narrativo.

Con una intriga y una tensión dignas de un thriller, Petzold demora en entregar la información, que viene en dosis breves y siempre como parte del sostenido desarrollo dramático. La relación de Bárbara con el médico (un carismático y cálido Ronald Zehrfeld) está estrechamente ligada con el avance de la acción y con la inteligentísima descripción del ambiente (físico y moral) a la que mucho contribuye el admirable trabajo del fotógrafo Hans Romm, y por supuesto la rigurosa economía expresiva de Petzold (los últimos quince o veinte minutos, cuando Bárbara debe elegir entre la salvación individual y el deber moral de la resistencia, son bien ilustrativos de ese rigor). A esa altura ya está claro que el director alemán sabe cómo mantener su relato sobre el constante balanceo entre la duda y la sospecha.

En pantalla durante casi todo el film, Nina Hoss -actriz predilecta del cineasta- es bastante más que una bella presencia de raro magnetismo. Pocos papeles exigen tanta transparencia como el de esta mujer misteriosa obligada a controlar cualquier manifestación reveladora de su interioridad y al mismo tiempo hacerla perceptible a la mirada del espectador. Ella, sin embargo, lo consigue.