Bárbara

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Los sentimientos bajo control

El sexto largometraje de Christian Petzold (1960, Hilden, Alemania) –el primero que se estrena comercialmente en nuestro país– comienza sin vueltas, haciendo partícipe al espectador de la tensión y curiosidad que despierta una misteriosa mujer entre sus flamantes compañeros de trabajo, jóvenes médicos de un hospital en la Alemania de los ‘80.
Los datos sobre su personalidad se irán revelando de a poco (y nunca del todo). Entonces se sabrá que Bárbara tiene motivos para ser arisca y desconfiada, aunque fuerte: es una de las víctimas del estado policial en el que se encontraba sumida la ex República Democrática Alemana antes de la Caída del Muro de Berlín. Confinada a un pueblo alejado, controlada de cerca por las autoridades, por precaución se resiste a exteriorizar sus sentimientos, aunque en algún momento se descubrirá que no está tan sola como parece y que conoce alguna tabla de salvación a la que aferrarse (esto dicho no solamente en sentido metafórico).
A los muchos matices del personaje central suma magnetismo la actriz Nina Hoss, que aquí no luce inofensiva como en Yella (2007) sino decidida, seduciendo con su belleza madura y sus ojazos de animal herido, respondiendo a sus interlocutores con suspicacia (“Es un campo de exterminio socialista, terminemos con eufemismos”, dice al hablar de las condiciones con las que ha sido tratada una paciente llegada desde Torgau) y amante de la música sin que eso la convierta en una romántica.
Con una rigurosa puesta en escena, Petzold convierte ese pueblo en un ámbito superficialmente apacible pero cargado de desasosiego, incluso de tristeza. En la forma con la que encuadra o sigue con su cámara a Bárbara cuando va y viene solitaria, a pie, en bicicleta o en tren, hay una belleza nunca edulcorada, con el viento contribuyendo a la sensación de incomodidad tanto como la frialdad del hospital, los muebles antiguos y las viejas edificaciones. Cuando la mujer se interna en el bosque, canasta en mano, con planes que no conviene develar aquí, Bárbara asume imprevistamente aspecto de cuento (momentos en los que, razonablemente, el film cobra luminosidad, como ella), sin que esa u otras sutilezas resulten pueriles.
Sin estridencias ni música extradiegética, con cierta teatralidad en algunas conversaciones y miradas, Bárbara consigue expresar severamente pero sin golpes bajos la atmósfera de una sociedad controlada y con miedo a la delación. Cerrazón todo el tiempo interferida, no obstante, por actitudes de humanidad y solidaridad, como cuando el médico André (Ronald Zehrfeld) dice estar dispuesto a ayudar a “los hijos de puta” si sufren, o cuando Bárbara adopta gestos maternales con la chica embarazada y perseguida. La relación misma de Bárbara con el siempre noble André revela tensión sexual pero también comprensión, al punto de que será estando con él que, superada la desconfianza mutua, ella exhibirá la única sonrisa radiante de toda la película.
Por último, y más allá de los méritos señalados, cabe señalar que Bárbara tiene un valor adicional, excepcional en estos tiempos: es un film con personajes adultos destinado a espectadores adultos.