Bárbara

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Los amores de una rubia

Petzold interroga el pasado comunista de Alemania sin caer en los lugares comunes, el academicismo y los golpes bajos habituales en las producciones del Oeste. Lejos de los relatos de sacrificios rutilantes, el cineasta explora los límites invisibles de la política abordando el tema de la separación entre Alemania oriental y occidental con una delicadeza y un pudor poco comunes. El clima de desconfianza generalizada despeja cualquier duda sobre un elogio nostálgico del comunismo, pero la puesta en escena asume su derecho de mostrar aspectos positivos utilizando colores vivos que valorizan los paisajes y los rostros de los personajes.

La principal virtud de la película es el notable equilibrio entre las dos fuerzas que la atraviesan: el amor y la política. La acción se desarrolla durante los ochenta en la República Democrática Alemana. Bárbara es una enfermera taciturna que desembarca en una pequeña ciudad y choca rápidamente con la mayoría de los habitantes que sospechan del aura de misterio que rodea su repentina llegada. La protagonista, encarnada por la belleza hierática de Nina Hoss, tiene un amante en el Oeste con el cual está organizando su propio paso hacia la “libertad”. Pero pronto el jefe médico del hospital manifiesta señales de interés por la bella y oscura enfermera, una simpatía que toma otra dimensión a medida que la amabilidad se vuelve sospechosa. La película revela progresivamente lo que Bárbara disimula detrás de su aparente aplicación al trabajo, con una sucesión de escenas, al principio misteriosas, que tornan comprensibles las vacilaciones de la protagonista y su percepción de un mundo mucho más complejo del que declaman los ideólogos.

Petzold instala la atmósfera de sospecha que regula las relaciones sociales con un sentido de la economía notable, un uso deliberado de la repetición y una reconstrucción de época a la vez meticulosa y despojada. El clima cotidiano es más inquietante porque el cineasta no borra las bellezas que lo rodean, el encanto bucólico, la gama cálida y otoñal de la naturaleza. La película encuentra su forma justa en la inteligente relación entre el decorado y la trama, entre los personajes y el contexto social, y en la notable capacidad del cineasta para entender la historia contemporánea alemana a través de la dimensión política del espacio.

Bárbara marca una ruptura en la filmografía de Petzold. El relato no se desarrolla en el presente y la puesta en escena utiliza por primera vez el plano y contra plano; un cambio pertinente para mostrar lo que pasa entre los personajes desde la mirada de cada uno. La orfebrería del trabajo sonoro envuelve a la película con el clima de paranoia signo de aquellos tiempos. En cada susurro, en cada silencio, en cada interferencia al soplo impasible del viento, parece tronar un peligro. La imagen está parasitada por el sonido y el retrato de mujer sacudido por cortocircuitos incesantes y por la irrupción de intrigas concurrentes. Un motivo trágico se dibuja entre la tentación de la fuga y la responsabilidad moral de la resistencia, entre la escapatoria individual y el nacimiento de un amor. La protagonista se encuentra ante un dilema: elegir entre dos opciones contradictorias que coinciden con el vaivén de sus sentimientos. La respuesta será espléndida, valiente, sincera, emocionante.