Bañeros 4: Los rompeolas

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Hay una afirmación en el cine que hace Rodolfo Ledo, y principalmente cuando es por encargo, casi tan antigua como la propia industria fílmica, y es la de aprovechar algunos elementos consabidos y consagrados de un determinado momento para construir una pseudoficción que se basa en la nostalgia pero que no termina de cuajar por ningún lado.
No es que “Bañeros 4: Los Rompeolas” vaya a ser la excepción a esta regla, al contrario, una vez más afirma que la saga derivó en un cine que no es cine y que así y todo llevará hordas de público, vacaciones de invierno mediante, y que respaldará un producto que sólo podría pensarse para otro formato y soporte.
Cuando en los años ochenta Argentina Sono Film lanzó la primera “Bañeros…”, existía una necesidad de recuperar un género que en exponentes como “Los cuatro grandes del buen humor” permitían el desarrollo de productos familiares industriales, pasatistas, y que se exhibirían durante los recesos (invernal y estival) con gran respuesta del público.A “Los Bañeros más locos del mundo” la precedían las dos primeras entregas de “Brigada Explosiva”, con el mismo equipo, que luego continuaría en dos aventuras más, hasta arribar a la secuela de Bañeros que comenzaba una nueva historia desde cero. Luego una serie de derivados como “Extermineitors”, y, más acá en el tiempo, toda la serie de filmes protagonizados por Guillermo Francella en clave desaforada (“Papá se volvió loco”, también de Ledo es su máximo exponente).
Si en la primera “Bañeros…” la ingenuidad e inexperiencia de alguno de sus protagonistas terminaban por generar cierta simpatía por la historia (malos bañeros que a fuerza de engaños lograban conseguir un trabajo), en “Bañeros 4” no hay espacio para la empatía porque todo lo naif se pervierte y se corrompe.
Porque no es que “Bañeros…” no cuente nada, hay una premisa que dispara cuando un malvado empresario llamado Olaf Larsen, junto a su torpe hijo (Nazareno Mottola) intentarán apropiarse de un parque acuático y un balneario para construir un megacasino.
Chiara (Fátima Florez), la dueña del lugar, no sabe nada del malvado plan pero decidirá aumentar la dotación del balneario (negocio que nunca prospera) para evitar caer en crisis por lo que le sugerirá al “gerente” de la playa (Emilio Disi) que rápidamente pueda conseguir empleados.
Emilio se pondrá en contacto con su grupo de ex ayudantes (Mariano Iúdica, Pachu Peña, Freddy Villarreal, Pablo Granados), que antes de destrozarlo, trabajan como cocineros en un restaurante chino de una mujer (Gladys Florimonte).
A ellos se sumará Karina Jelinek (que se ríe de si misma todo el filme) y entre todos intentarán recuperar el tiempo perdido, remozar la playa y luego impedir que Larsen se qude con todo. Pero esta premisa se difumina con el correr del metraje, por lo que asistiremos a un eterno sketch de algún viejo programa cómico y que en su eterna repetición llega a generar alguna sonrisa, pequeña y medida.
Ledo deambula entre un slapstick básico, gags salidos de la revista Condorito, malos encuadres y la utilización de imágenes de la naturaleza para empalmar el pastiche que poco a poco se va armando.
Los actores hacen lo que pueden con el material, y salvo Fátima Florez que aprovecha para mostrar una serie de personajes de su espectáculo con dignidad, en algunos casos se nota un esfuerzo por quitarle protagonismo a los demás (la puja entre Pablo Granados y el debutante Mariano Iúdica es innegable) generando una sucesión de estancos inconexos entre sí.
“Bañeros 4…” atrasa, y mucho, pero no al cine del que obtuvo sus premisas, sino que a todo lo malo que uno desea que sea extirpado de una buena vez por todas de la pantalla nacional, a saber: la cosificación de la mujer, las bromas discriminatorias y sexistas, y un estilo de realización que sólo reproduce imágenes sin ideas ni conceptos.