Bañeros 4: Los rompeolas

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La disyuntiva que se plantea desde el principio es cómo hacer una crítica de algo que no es, pues esos casi noventa minutos que dura la proyección de imágenes y sonidos cuyo responsable primero, al igual que en la tercer entrega en el año 2006, es Rodolfo Ledo, es cualquier cosa menos una película.

En orden de definirlo como tal debería decir que estamos frente a la mayor afrenta que se le puede hacer a un espectador, no porque haya pagado una entrada al cine, ni siquiera cuando en un par de semanas alquile o compre el dvd, sino a la perdida del tiempo que acarrea el estar frente a la pantalla de lo que sea que no se recupera nunca.

En esta ocasión la excusa que debiera ser el puntapié inicial para el desarrollo de la trama, o sea el conflicto propiamente dicho, es de tan poca originalidad, presentación y construcción que terminan lastimando los ojos, los oídos y el cerebro de los que están en la sala observando.

Un malvado e inescrupuloso empresario y su hijo intentando apropiarse de un balneario y un aquarium, a fuerza de amenazas y atentados a la propietaria, con el fin de construir en ese predio un casino de proporciones internacionales, tal es el eje de la historia.

Mientras el aquarium rinde dividendos, el balneario esta vacío, su encargado (Emilio Disi) ya esta viejo para encargarse de esos menesteres, por lo que debe contratar nuevos bañeros, personajes a cargo de Peña, Villarreal y Granados, a los que se sumará Karina Jelinek, quien sólo a sido incorporada como figura decorativa por su escultural cuerpo, que de seguro no lo hizo lavando ropa, como decíamos en el barrio allá por los años ‘80, década en la que se estreno la primera de la saga, pero que en realidad cada una es una daga en el estomago.

Todo es muy malo, particularmente los efectos especiales, de una calidad paupérrima, los objetos y las locaciones que explotan en el plano siguientes se los ve intactos, los intentos de gags, mayormente físicos, no mueven a nada, muy mal realizados, torpeza que quiere ser mostrado como lo que no es.

El montaje es otro rubro al que se le puede endilgar el ser lo peor del filme, pero en realidad, éste responde a la ausencia lisa y clara de un guión aunque más no sea esbozado, donde los diálogos están en ese mismo orden, pues intentan ser graciosos y son meras vulgaridades. Llegando al rubro de las actuaciones, para llamarlas de alguna manera, son de lo más execrable que se ha visto en años, ni siquiera Fatima Florez, con las imitaciones que la hicieron conocida, tienen aquí alguna justificación.

Sólo se salvan las focas y los lobos marinos, en realidad toda la fauna del aquarium, y decir que estos son lo mejor del filme sería una falta de respeto, pues lo mejor supone una que otra bondad; no son lo mejor, son lo único bueno.

Si ha todo esto le sumamos su vulgaridad, su mal gusto, sus horrores narrativos, su misoginia, la cosificación de la mujer, o sea presentar a las mujeres como cosa, su homofobia explicita, su discriminación permanente por el diferente, lo transforma ya no sólo en un muy mal producto sino, al mismo tiempo, peligroso.

Por lo cual, y definiendo, se puede decir que esto es lisa y llanamente un insulto a la cinematografía.