Bandido

Crítica de Horacio Bernades - A Sala Llena

Bandidos

¿El festival que depende de la Secretaría de Cultura de la Ciudad se abre con una película populista? Ehhhh, pare la moto, compañero. Una cosa es lo que parece ser, otra lo que es.

Bandido venía con un fuerte boca en boca, referido a la actuación de Osvaldo Laport. Confirmado: el ex galán de telenovela está excelente en la piel de Roberto Benítez, conocido por el nombre artístico de Bandido. Benítez es un ex ídolo de la canción, que está más hecho pelota que el Diego en los últimos tiempos. Pero no porque esté gordo como un barril o no pueda hablar. A los 50 y pico, Bandido atraviesa una de esas depresiones que no te permiten levantar los ojos del piso. Aunque no lo verbaliza, es obvio que se siente terminado. Se supone que un cantante melódico, al estilo 70’s/80’s (aunque eso no está muy claro y los números no darían, pero no importa), Benítez es consciente de ser un dinosaurio. Los raleados contratos en clubcitos de provincia parecen confirmarlo. Todavía tiene sus fans (hasta Camilo Sesto o Johnny Tedesco los/las tenían, un fan no se le niega a nadie), pero firma autógrafos como un autómata, sabiendo que eso no quiere decir nada. El hecho es que la voz (o el ánimo) no le da para cantar ni el tema más elemental, y su representante cuenta los ingresos en billetes de a cien.

Roberto (el nombre es el mismo que el de Sandro, claro) tiene una buena casa en un barrio privado, producto de aquellos tiempos. Una tarde cuando vuelve a casa, con el ánimo por el piso, encuentra en la cama a su hija Vicky que acaba de romper con su pareja y busca refugio en lo de papá. Papá se lo da, chocho de la vida: Vicky es de los pocos afectos auténticos que le quedan. ¿Suena sensiblero? El opus 2 del cordobés Luciano Juncos (la primera fue La laguna, en 2013) apela, en efecto, a los buenos sentimientos, cuando su ópera prima optaba por un aire de misterio tal vez místico. ¿O es que Bandido especula con los buenos sentimientos? Esto queda a cargo de cada uno. A mí me parece que sí, por la forma en que una pieza encaja perfectamente con la otra, en una especie de perfecto Mecano sentimental. Cuestión que además de encontrar a la nena en casa, Roberto reencuentra también a su viejo amigo y compañero de correrías el Pancho, que aparece como un enviado del cielo (o del guion) en su peor momento.

A Roberto acaban de afanarle el auto a punta de pistola unos pibes chorros, le dan una mano unos vecinos solidarios (“el pueblo es lo mejor que tenemos”, generalizó uno) y ahí pinta Rubén, ex acordeonista y violinista de los tiempos en que Bandido lideraba un grupo de ¿cuarteto cordobés? ¿No era cantante melódico? Bué, ponele. Cuestión que el barrio en el que lo acogen en la mala viene librando una de esas batallas entre la gente noble y las empresas malas, que tanto “garpan” en términos de gusto del público. En este caso se trata de una torre de telefonía móvil que una corporación anónima le quiere encajar al barrio humilde. Aunque no sea tan conocido (en este sentido la película de Juncos cumple una bienvenida función didáctica), está comprobado que estas torres emiten radiaciones perjudiciales para la salud, por lo cual deben ser instalada lejos de los centros poblados. Para combatir a la corpo, la gente buena del rioba no hace una marcha sino que una organiza una fiesta popular, uno de cuyos números podría ser… ¿Bandido? Pero claro, hombre, faltaba más.

De esa forma tenemos todas las bazas cubiertas: Bandido se reencuentra con su pueblo (y por ende consigo mismo) y con su viejo compañero de banda, se hace amigo del pibe que le afanó el auto (¡!), y al mismo tiempo el pueblo se manifiesta contra la corpo. Hasta acá tendríamos una dosis de populismo básico, que también permite cubrir un par de bazas simultáneas: vuelve a la película “querible” y teniendo en cuenta que fue la apertura del Bafici convierte al festival de la Ciudad en evento no macrista, sino populista. ¡Bingo, my man! Hay un problema, o hilacha a la vista, o acto fallido, o arrugue de barrera: en su alocución popular, el Pancho, que es el referente del rioba, “denuncia” a “esas grandes empresas que por ái hacen cosas buenas, pero a la vez nos envenenan”. ¿Cosas buenas? ¿Cuáles serían las cosas buenas que hacen esas grandes empresas? ¿Envenenar a la población? ¿O envenenan por un pequeño “exceso”, como los milicos del proceso, pero en el fondo tienen buenas intenciones? ¿Será una de esas empresas la multinacional Dupont, que al año 2009 produjo 200 cánceres en las afueras de -justamente- la ciudad de Córdoba (link)? ¿Qué pensarán los activistas anticontaminación del barrio cordobés de Ituzaingó ante este speach del macanudo Rubén, representación misma del “alma popular”? ¿Estarán de acuerdo los padres de cientos de chicos nacidos con malformaciones en las provincias del Chaco, Santiago del Estero y Misiones, con la idea de que las empresas que envenenan a la población “por ái hacen cosas buenas”? Ay, no ái.

Así se abrió el Bafici 2021: con una película que sobreimprime la fórmula “veterano ídolo popular back again” (que supo de un exponente mucho menos calculado, El cantante, protagonizada por Gérard Depardieu) con el populismo demagógico de más (im)puro cuño, al estilo El dedo en la llaga o Luna de Avellaneda. Ya se sabe que hasta los festivales más elitistas tratan de empezar con películas “para todo público”, sobre todo si son protagonizadas por actores populares, cuestión de tener buena cobertura en todos los medios. Los medios populares, ¿viste? Clarín, por ejemplo, el diario de mayor tirada y una empresa que por ái hace cosas buenas.