Baldío

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

Baldío: Las mil caras de Brisa.
Mónica Galán protagoniza el film dirigido por Inés de Oliveira Cézar.
Que inicie en un set de filmación, en blanco y negro, donde se filma un policial negro, es como una declaración de intenciones, una sutil advertencia que el personaje se contrapone al otro, al que lo interpreta. Esa actriz que lucha entre una filmación accidentada, por momentos precaria y su realidad, mucho y más oscura.
Inés de Oliveira y Mónica Galán escriben una historia que enfrenta a dos mujeres, por un lado la actriz que sobrelleva la filmación de una película con el profesionalismo de una veterana en estas lides y una mujer que se pierde entre el dolor, la rabia y la paciente estoicidad de una madre.
Ella es Brisa, la fallecida Mónica Galán que camina las calles de Buenos Aires buscando a ese hijo, que adicto al paco, desaparece cada tanto con su dinero, joyas y algún que otro costoso regalo de su casa. Poco puede, aunque se esfuerce, sola con tanto tormento, más aún con ese padre y exmarido que ni se ausenta ni se queda, que deambula en sus vidas entorpeciendo todo, berrinchudo y adusto. Tanto el guion como la dirección de Inés de Oliveira Cézar realizan un juego de espejos en que los personajes se mezclan entre las ficciones, como una mamushka es Brisa, que hasta se va con el vestuario de la película a recorrer callejones en busca de su hijo.
Una mamushka que se amplía y distorsiona cuando la misma Brisa comience a llevar al set sus desvelos de madre, de alguna manera y por fin siendo esa mujer que es mil facetas. Una aguerrida asesina de guantes blancos que es una actriz que es una madre y ex, una mujer que cuando todo parece ensordecer y escaparse de sus manos se deja entrever tal y como es.
Un oficio que es muchos y compartimentado se antoja tan ficcional como ese noir en blanco y negro que protagoniza, que atiende y logra concluir porque profesional es antes que todo y porque es lo único que le da aplausos y flores. Este último trabajo de la actriz es casi la documentalización de un proceso que se antoja cíclico y eterno; una actriz que interpreta a una actriz que interpreta y así hasta esa infinitud que no se detiene en los créditos finales.