Baldío

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

Hay más de un punto de interés para acercarse a “BALDIO”. En primer lugar, se trata del último trabajo de la directora Inés de Oliveira Cézar, quien tiene en su haber el último trabajo de Susana Campos en “Cómo pasan las horas” y los filmes “Cassandra”, “El recuento de los daños” y “La Otra Piel”, entre otros.
Todos sus filmes ponen a la figura femenina en un rol indiscutidamente central, con lo cual la directora, en cada trabajo explora, de diversas maneras y siempre con un tono indiscutiblemente personal, la profundidad del universo femenino de una forma en que muy pocas otras directoras exploran.
Además, en “BALDIO”, la figura excluyente será la de su protagonista, Brisa, encarnada por Mónica Galán, en su último trabajo para el cine dado que la actriz ha fallecido a principios de este año. Desde esta dimensión, la película gana una fuerza inexplicable que ejerce esa presencia magnética de Galán en la pantalla en este trabajo póstumo.
Si bien el subtítulo de esta producción aclara que está “basada en hechos reales”, la historia que plantea Oliveira Cézar en este nuevo trabajo, es una historia que puede ser la de cualquier madre con un hijo padeciendo adicciones, la de cualquier familia atravesando este flagelo.
Brisa no solamente es madre, sino que es actriz y en su vida profesional se encuentra justamente en pleno proceso de filmación de una nueva película. A las dificultades propias de un proceso de filmación en donde se ponen en juego los egos de los actores, de los directores (en este caso el rol de Rafael Spregelburd quizás se constituya en un guiño en sí mismo y en un tono que por momentos podría tomarse como auto paródico) y del equipo de filmación con todos los contratiempos que son propios del oficio, se le suma la difícil situación por la que Brisa atraviesa que lo va tiñendo todo.
Su hijo, adicto al Paco, se encuentra atravesando un proceso de recaídas permanentes y a ella se le hace cada vez más difícil poder sostenerlo y le resulta prácticamente imposible encontrar alguna alternativa que le permita encaminar el tema. Cada vez se hacen más frecuentes los momentos en que su hijo desaparece, en los que se expone cada vez a mayores riesgos, momentos que a Brisa le cuesta sostener emocionalmente.
Le cuesta mucho más aún porque se encuentra sola: a pesar de sus intentos de convocar al padre de su hijo para poder encontrar alguna potencial solución al problema, él se siente más implicado con su nueva familia que en tratar de asumir las dificultades que tiene su hijo con el tema de las adicciones y no puede modificar, de ninguna manera, esa situación de padre ausente.
La película, al mismo tiempo que dialoga con una historia de una madre desesperada plantea ciertos interrogantes a los que no pretende darle ninguna solución, sino, por el contrario, lo va dejando planteados para que el espectador pueda reflexionar mientras acompañamos a la protagonista en su derrotero más íntimo.
¿Hasta qué punto puede involucrarse una madre para salvar a su hijo de una adicción, si es que este salvataje fuese posible? ¿Cuáles son las herramientas, por fuera del núcleo familiar con las que se cuenta para intentar salvar a un hijo del borde la muerte permanente? ¿Qué rol ocupa el Estado y las diferentes instituciones –y el sistema de salud en general- que debiesen sostener y colaborar con esta lucha que emprende esta madre, para intentar dar ayuda a este tipo de problemas?
El trabajo minucioso y detallista de Mónica Galán –en lo que será su intensa despedida como actriz con este excelente protagónico- construye meticulosamente cada una de las aristas y las contradicciones con las que debe enfrentarse Brisa ante cada una de las nuevas apariciones de su hijo: la incertidumbre, el dolor, el desasosiego, la angustia, la impotencia de no poder dar contención, la desesperación que la atraviesa y fundamentalmente la soledad a la que se enfrenta cuando ella ve que está absolutamente sola en la lucha.
Inés de Olveira Cézar construye a sus personajes sin emitir absolutamente ningún juicio de valor sino sencillamente mostrando lo que cada uno de ellos puede hacer frente a estas situaciones límites.
Ha diseñado una puesta que es exquisita, con una brillante fotografía en blanco y negro, acompañada por un diseño de arte que cuida cada uno de los detalles. Es interesante también el díptico que plantea entre la vida profesional y la vida personal de Brisa: su trabajo como actriz frente a la cámara y los acontecimientos que la atraviesan detrás del set de forma tal que poco a poco, lo personal va invadiendo y tomando terreno por sobre lo profesional.
Su historia gana en emoción justamente porque va a contrapelo del retrato que generalmente muestra el cine mainstream sobre las adicciones: primeramente la historia no focaliza en la figura del adicto, sino que gira el mirada hacia su entorno, planteando lo difícil que es para los seres queridos, poder acompañarlo. Hace poco hemos visto, en una historia con ribete similares, a Julia Roberts en “Regresa a mi” (también este año estuvo en cartel la lacrimógena “Beatiful Boy” cerca de la temporada de los Oscar), otro retrato de una madre desesperada intentando retomar el vínculo con su hijo adicto que regresa, temporariamente, al hogar.
Por suerte, Oliveira Cézar plantea sobre el mismo tema, una película absolutamente en las antípodas: Brisa no es una madre al que el guion le resuelva mágicamente algunas situaciones, ni plantea la figura de una madre que logre cosas increíbles. “BALDIO” enfrenta crudamente una realidad compleja y difícil de abordar.
Y el intenso y enorme trabajo de Mónica Galán perfecciona aún más la acertada mirada de la directora. Ese terreno abandonado, esa tierra de nadie desolada y frágil, como es el baldío del título, se convierte en una geografía difícil de abordar, alejada de cualquier fantasía, con los pies en la tierra y con una mirada absolutamente madura y real.