Balada triste de trompeta

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Atroz metáfora de la España más cruel

La canción es conocida. Nació como «Ballata della tromba», de Franco Pisano, obra sentimental que popularizó Nini Rosso en 1961, y acá consagraron en español Estela Raval y Los 5 Latinos, como «Balada de la trompeta», 1962. Luego apareció la versión de Raphael, «Balada triste de trompeta», 1969, llevada al cine en 1970, en un bodrio llamado «Sin un adiós», de Vicente Escrivá. Ni siquiera está bien hecha la escena donde el artista interpreta ese tema (los insertos de un supuesto público todo almidonado arruinan la emoción), pero igual es la versión más impresionante, por la fuerza dramática y el desafío a la garganta que Raphael le pone.

Ahora, la escena reaparece en un momento clave de esta película de Alex de la Iglesia que lleva el mismo título de la canción, y que también tiene una tremenda fuerza dramática y es todo un desafío, pero que es, francamente, otra cosa. «Raphael es bueno», dice el personaje protagónico, un payaso triste que alguna vez también fue bueno pero está totalmente trastornado. Y desde la pantalla el cantante trata de aconsejarlo, esfuerzo inútil. Cada uno vive en su mundo.

La historia tiene un comienzo estremecedor ambientado en 1937, plena Guerra Civil, y un desarrollo todavía más fuerte ubicado en 1973, justo cuando volaron al almirante Carrero Blanco. Ese hecho también aparece en la película, y fue tal como ahí se cuenta, el auto saltó 20 metros hasta el techo de un edificio y cayó en una azotea. La realidad supera a la ficción, ya se sabe. ¿Cómo no aceptar, entonces, las pobrecitas exageraciones de la ficción?

Atroz, impactante, esperpéntica, magnífica historia de amor de dos payasos enfrentados a muerte por una bailarina que intenta hacer equilibrio sobre la cuerda floja de su vida, y al mismo tiempo cruel metáfora de la España más cruel, «Balada triste de trompeta» no deja a nadie indiferente. Se la ve con asombro, y se sale del cine perseguido por sus imágenes con salvajadas de la guerra, burlas, humillaciones, escarnios, venganzas, autolesiones, una violación consentida, caídas al abismo humano, maldades de laboratorios y de captores que tratan al hijo del enemigo como a un perro, la circunstancial, extraña bondad no correspondida de un líder históricamente malo, el atentado como eclosión de fondo de una locura general, y hasta la pelea de los dos payasos por la trapecista sadomasoquista una noche en el Valle de los Caídos, todo un símbolo. Y en medio de todo eso, el «Corazón contento» de Palito Ortega.

Si el espectador tiene ánimo y puede soportar toda la carga de un film que no da tregua en ningún momento, encontrará no sólo cosas terribles, sino también una obra española a la altura de aquellas tan tremendamente hispánicas, fascinantes y dolorosas de Goya y Valle Inclán. Es cierto, Alex de la Iglesia es, al cine, lo que esos grandes han sido a la pintura, las letras y el teatro.