Balada triste de trompeta

Crítica de Fernando Alvarez - Todo lo ve

La venganza del payaso

El director español Alex De La Iglesia es sinónimo de un cine eficaz que juega con diversos géneros y, casi siempre, sale airoso. Sólo bastan recordar El día de la bestia, La comunidad o El crimen perfecto.

Ambientada en un circo que ofrece su espectáculo en plena época franquista, Balada triste de trompeta juega con el violento entorno políitico de la época pero nunca se olvida de plasmar un relato emotivo combinado con una historia de venganzas personales.

No es casual que la acción esté ambientada en este show ambulante y muestre a un puñado devastado de payasos cuyo amor por la profesión se transmite de generación en generación. Tras la muerte del Payaso Triste (Santiago Segura) enfrentando a los represores de Franco, su hijo (Carlos Areces) crece desamparado y consigue trabajo en otro circo que le depara otra nueva pesadilla.

Mientras afuera se desata una guerra civil, dentro de la carpa también se gesta un enfrentamiento feroz entre Javier (Areces) y el dueño del show (Antonio de la Torre), un hombre violento que muestra una fachada amable hacia el público. El peor pecado de Javier es quedar fascinado por la bailarina del "número de telas" (Carolina Bang), la mujer de su enemigo (como en la reciente Agua para alefantes).

A partir de ese momento, el director depliega una carnicería y transforma la mueca del payaso en algo monstruoso, una máquina dispuesta a todo con tal de vengar y recuperar a la mujer de sus sueños. Con metralleta en mano, el personaje (mezcla de El guasón y Rambo, e inspirado según De la Iglesia en Lon Chaney) hace alarde su mejor "número artístico" dejando un verdadero reguero de sangre y cadáveres a su paso.

La utilización de la música (la canción de Raphael que da título al film); el montaje vertiginoso que remite a La comunidad (el enfrentamiento final en las alturas) y la galería de personajes secundarios (el hombre que se lanza al vacío con su moto) hacen de la película una función imperdible. Triste, macabra y oscura, que funciona como un verdadero espejo deformante de una vieja galería de atracciones.