Balada triste de trompeta

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

Grandes ideas hundidas por la grandilocuencia

Pasa algo extraño con Alex de la Iglesia. Es uno de esos directores que tiene el talento, la originalidad, la creatividad visual intacta como para crear un universo rico, un imaginario rocambolesco, una verdadera suspensión de la incredulidad (elemento central en la que quizás sea su mejor película, El día de la bestia) a cada paso. Sin embargo, ese mismo director y guionista talentoso (aún con sus profundos altibajos) es aquel mismo que se ve incapacitado de escribir una historia sin la HISTORIA detrás. Ahí, lamentablemente, De la Iglesia no se diferencia mucho de esos unitarios testimoniales que dirigía Alejandro Doria, en donde se nos decía, en clave metafórica (pensar en películas como Los miedos, de 1980) “cómo somos nosotros, qué nos pasa”.

Bueno, justamente ese es el mayor problema de esa película demencial que es Balada triste de trompeta, que vuelve a la historia una metáfora tan elemental con respecto a la Historia (con H mayúscula). Hace algo parecido a lo que mostraba Muertos de risa pero en clave extrañamente más solemne y delirante al mismo tiempo. Es que ahí donde el sistema de fuerzas antitéticas, de duelos personales que solía tener a la historia de España como colofón aquí invierte los términos (aunque De la Iglesia no quiera que se note, por eso lo rocambolesco, demencial y espectacular del desarrollo argumental, que si no fuera una mera estrategia para borronear el peso de la HISTORIA realmente sería un hallazgo: sin ir más lejos ver la subtrama de la huída a los bosques por parte del protagonista)

Para entender este sistema de solemnidad delirante basta un botón: la película comienza en 1937, en plena guerra civil española, donde el padre del protagonista es incluido de prepo en el bando republicano. Se extiende durante los 60’s y 70’, con los últimos años de vida de Franco. Termina en una paroxístico final en la punta de la cruz de la abadía del valle de los caídos, monumento en donde es enterrado Franco (y que a la sazón es testimonio franquista de los muertos por la guerra civil). A eso sumémosle un final en donde una mujer (léase España) entrelazada en una tela roja muere como producto del enfrentamiento de dos hombres (léanse bandos violentos de extrema izquierda y extrema derecha) que dicen querer “lo mejor para ella” pero que incapacitados de comprenderla sólo sostienen un enfrentamiento sin límites, de una violencia impredecible, de un sadismo pocas veces visto en el director.

El resultado es una suerte de parábola gigantesca sobre la violencia y el autoritarismo, que incluye -cuando no- atentados de la ETA en medio de la gigantesca ensalada. Y ahí reaparece el problema: la película cuenta con notables ideas (el ya mencionado escape a los bosques, el ataque a Franco, la automutilación, la presentación de la película con el ingreso del bando republicano al circo, la masacre cometida por el payaso padre-gran cameo de Santiago Segura-, y otros varios), pero ahí donde el sistema pedía libertad, continuidad, locura, ramificación, impredictibilidad, la HISTORIA cierra las puertas, nos lleva al final trágico con los dos payasos, destruidos ante la muerte de su amada, en los albores de la transición hacia la democracia. De la Iglesia quiso hacer una película grande y sólo le salió grandota.