Bajo la corteza

Crítica de Gabriela Mársico - CineramaPlus+

Con la misma austeridad del paisaje de las sierras cordobesas, el director, Martín Heredia Troncoso, muestra con sobriedad y justeza la situación actual de los bosques nativos, la destrucción de la naturaleza en pos de la ganancia económica, poniendo de manifiesto además, la situación de indefensión y precariedad laboral por la que atraviesan los trabajadores rurales. Y en cierto sentido, deja al descubierto la perversión de un sistema que convierte en responsables de su propia explotación a las víctimas que la sufren, debiendo pagar ellas mismas todos los costos.

AIRES DEL MONTE

César Altamirano (Ricardo Adán Rodríguez) es un trabajador rural eventual, es decir, precarizado, sin pertenencia alguna a sindicato o agrupación gremial que defienda sus derechos laborales. Vive de changas, vende la leña que corta, sin la posibilidad de recurrir a una bolsa laboral que lo provea de trabajo cuando la demanda laboral escasea. Pedirá trabajo en el Municipio, en donde una empleada, Amaya, a cargo de Recursos, le sugerirá el nombre de Héctor Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario inmobiliario que contrata personal eventual para su emprendimiento.

A partir del encuentro con Héctor, el empresario, comenzará a recibir pequeños encargos, como limpiar una zona de árboles o desalambrar un campo para extender el área de tierra a desmontar, con la promesa de algo más grande y redituable. En uno de los encuentros en los que Héctor comparte con César un trago amenizado con una breve charla aleccionadora sobre la paga, Héctor le habla de la relación que su padre, el patrón anterior, tenía con un tal Laureano, que fiel a su dueño, durante treinta años, recibía el sobre de la paga sin contar jamás el dinero, prometiéndole al patrón que al día siguiente estaría a la misma hora en el trabajo sin importar el dinero que contuviera el sobre, fueran cinco pesos o diez sueldos.

Esta anécdota que Héctor utiliza a modo demagógico más que pedagógico le sirve para mostrar el vínculo de ciega sumisión y el mecanismo de explotación que existía por entonces y que ahora continúa igual, aunque algo maquillado, por la condescendencia del patrón más actual que aparentemente borra las jerarquías con buenos tratos limando cualquier aspereza, que le sirve para seguir usufructuando el trabajo no reglamentado, volviendo esa fuente laboral en algo inestable, eventual, con un costo fluctuante que decide el trabajador de acuerdo a su apremio y sus necesidades. Por eso mismo, Héctor insta a César a contar el dinero para demostrar que los tiempos han cambiado, aunque la situación de precariedad y explotación no sólo no parece haber quedado atrás, sino que ha empeorado…

LEÑA DEL ÁRBOL

César es tan áspero y seco tanto en su habla y gestos como la leña que corta y que replica la aridez del paisaje que lo rodea. Apenas si deja entrever alguna expresión en su voz o en sus gestos cuando se encuentra a comer en la casa de su hermana Mabel que vive sola con su hijo, es decir, su sobrino. Pareciera que César cubre la ausencia del hombre de la casa. Su hermana, Mabel, que trabaja de cocinera en una fonda, debe abandonar el trabajo temporalmente, sufre mareos por extremo cansancio, para someterse al tratamiento de una enfermedad que no se nombra y de la que nunca se habla. Es en este punto de inflexión cuando César se verá obligado a aceptar con más reservas que reticencia una propuesta de Héctor, su patrón.

El trabajo de desmonte se da en paralelo a la enfermedad que sufre Mabel, como si el cuerpo de la tierra y el de la mujer confluyeran en el mismo punto, en el de la destrucción del organismo sano debido a la brutal explotación sufrida. Viendo el catre y la habitación en la que duerme César, su camioneta tan precaria como su vida laboral, se pone de manifiesto que él como trabajador rural es doblemente victimizado, como trabajador no reglamentado, viviendo al día, sin la posibilidad de planificar o proyectar su vida, y como hombre, sacrificado como el chivo expiatorio que los poderosos, debido a su voracidad y codicia, no dudan en utilizar para llevar a cabo un crimen del que siempre quedarán libres de culpa y cargo para seguir engrosando sus ganancias demenciales a costa de la destrucción de la naturaleza, es decir, de la vida de los hombres que la habitan.